Resumen de la sesión del «Seminario del Pensamiento Hermético» que tuvo lugar en el Ateneu barcelonès el día 18 de febrero de 2022.

Cuando me propusieron hablar sobre algún capítulo de La actualidad del hermetismo, abrí el libro y apareció el que trata sobre la inocencia y la sabiduría. Aunque estas dos palabras parecen una dicotomía, intentaremos mostrar que pueden considerarse dos rostros de lo mismo. ¡O al menos se trata de una polaridad creadora!

En primer lugar, tenemos a Louis Cattiaux  buscador, filósofo, pintor, poeta ¡alquimista incluso!, era carismático aunque más introvertido que Panikkar, el otro protagonista de la charla, que fue absolutamente cosmopolita. Cattiaux era laico, aunque profundamente creyente, mientras que Panikkar era un sacerdote, pero muy secular, muy de su tiempo;  paradójicamente el primero, el laico era profundamente ermitaño, mientras que el segundo, sacerdote, era profundamente secular, estaba muy presente en el mundo, en la sociedad. No en vano propugnó nociones como secularidad sagrada o tempiternidad, la unión del tiempo sagrado y del tiempo secular, del tiempo y de la eternidad, todo en un solo sorbo de aire. Ambos desarrollaron y defendieron profundamente, cada uno a su manera, un espíritu contemplativo encarnado en el tiempo.

A partir de estos dos personajes querría introducir un tercero que sería Friedrich Nietzsche que a menudo se ha considerado como el ateo combativo. Nietzsche no habla de la muerte de Dios en un sentido ontológico, metafísico o ontoteológico, sino de la ‘muerte de Dios’ como fundamento sociológico que constituye una sociedad. Su ‘muerte social’ conlleva una crisis de todos los valores. Nietzsche firmó sus últimas cartas como Dionysos o El Crucificado, pues su relación con el cristianismo, la religión y el mito era rica, compleja y ambivalente. Se le considera, además, una especie de profeta de la post-modernidad. Él también habló mucho de la inocencia, de una inocencia reencontrada y éste es un elemento que los tres personajes tienen en común.

El extraordinario autorretrato de Cattiaux que podemos ver aquí es un retrato interior; no se trata del Cattiaux de cada día. Este nos presenta una alteridad fundamental, es el Cattiaux-Otro, es el Cattiaux visionario, casi presentado como una figura sagrada con este frontal tan rotundo, algo altamente significativo, especialmente si consideramos que él mismo se presentaba como un loco, un payaso, un payaso cósmico. Por otro lado, tenemos a Panikkar, muy conocido como referente cultural y figura inter-cultural, filósofo, teólogo, místico, profesor universitario, etc., y que era 14 años menor que Cattiaux.

Cattiaux escribió El Mensaje Reencontrado. Es muy difícil hablar de este libro. Lo que está claro es que se trata de un ‘libro vivo’. Para algunas tradiciones, como es el caso del shinto, (el ‘camino del corazón’), la tradición chamánica de Japón, todo el cosmos está vivo, no se trata de una materia inerte o mecanicista, todo posee un alma, un espíritu, un kami. En diversas tradiciones el símbolo del libro aparece como imagen y figuración de la totalidad del mundo, una realidad que puede ser ‘leída’. Para referirse a ello, Cattiaux empleaba una expresión maravillosa: habla del conjunto de la realidad como la biblioteca del Verbo encarnado. Cuando en El Mensaje Reencontrado se habla del ‘Libro’ ¿De qué libro se habla? Como propuesta interpretativa creemos que quizá se trate del libro del conjunto de la realidad, que Cattiaux nos invita a leer, con los ojos del espíritu, “los signos inscritos en la carne del mundo”.

Otro elemento que emerge en la lectura de El Mensaje Reencontrado es la noción de corteza de tiniebla; en otras tradiciones se habla de un velo, un envoltorio ilusorio que contiene una realidad luminosa, una simiente de luz. Como en la representación de la caverna en Platón, en nuestra realidad cotidiana y su aparecer percibimos sombras proyectadas en el mundo fenoménico, pero rara vez alcancemos a percibir el interior luminoso y subyacente.

Estas polaridades aparecen en el libro, en la distribución de los versículos, junto con otra idea estimulante que podemos denominar principio de resonancia. En el taoísmo, esta idea aparece como el surgimiento mutuo de todo lo que acontece. En el budismo, como relatividad radical o surgimiento condicionado de todos los procesos vivos, Pratītyasamutpāda. En virtud de esta resonancia, abrir el libro y tirar un versículo al azar es como tirar una piedra en el estanque del mundo y ver como las olas emanan del centro y crean una colisión de sentidos, los versículos colisionan los unos con los otros, crean una fricción, permutan, y así emergen nuevos sentidos. En relación a esto, un proverbio musulmán afirma que el Azar es la sombra de Dios.  

Otro elemento importante a considerar del libro es que, según Cattiaux, no se dirige a la razón superficial de los hombres, sino a su amor y a la memoria profunda, por ello en él se afirma que lo que proclama quizás sea grande, pero lo que produce en cada uno de nosotros es inconmensurable, de un valor incalculable. ¿No es así con el conjunto de la realidad, que se multiplica y expande de forma arborescente al ser experimentada en cada ser particular, que enriquece el todo con su propia experiencia?

¿Qué es la inocencia y que es la sabiduría? No podemos contestar de fornma definitiva, pero dos versículos tratan de ello:

Es decir: Los hombres puros llegan hasta Dios sin clérigos ni sabios [eruditos], pues ya son santos en el Señor, que les instruye como quiere, cuando quiere y donde quiere. El fin es como el principio, pero el medio nos ilumina. «La Plegaria. La Estrella. La Piedra.»

Estos hombres puros que llegan hasta Dios sin intermediarios, son santos y son instruidos directamente por el Señor, cuando quiere como quiere y donde quiere. En el segundo versículo, Cattiaux hace un juego de palabras entre plegaria y piedra en francés, con un anagrama, reordenando las letras para configurar otro nombre otra realidad: Prière/ Pierre. Lo que es en potencia, la Plegaria, se convierte en acto, la Piedra (filosofal), la figuración de la realización, de modo que esta realización ya está contenida en el inicio, en la plegaria, pero el medio nos ilumina, se trata del peregrinaje, esta estrella que anuncia el misterio de la encarnación en la tradición cristiana. Otros personajes, como Ramana Maharshi, se han referido a ello: “Lo que nos incita a buscar es el objetivo mismo de nuestra búsqueda”. Hay una insistencia en el peregrinaje, pues lo divino que está en nosotros nos incita a su búsqueda.

Panikkar también habla de la pureza del corazón, que podríamos denominar, de forma alternativa, como receptividad creadora, para evitar la connotación monjil del término en su sentido peyorativo. Se trataría de la metanoia, un trascender las facultades intelectuales, trascender la razón sin negarla, como un giro de la mirada, una ‘conversión’, que es la traducción de metanoia. Por otro lado, tenemos el fracaso de las religiones exteriores y de cualquier institución, pues un problema frecuente es que permanecen en la corteza y no en la realidad orgánica, viva, que origina una estructura determinada. Se tendría que trascender los modelos para no caer en el estancamiento. Por lo tanto, trascender la razón sin negarla.

Las sociedades son evidentemente calculadoras y en cambio lo que proponen estos personajes es el sin porqué. Y este memorable pasaje de La actualidad del hermetismo es idóneo para explicarlo:

Este acento en la presencia del instante me parece extraordinario, es la gratuidad, y es en la gratuidad donde puede hallarse la conciencia del existir, este acento en la presencia contemplativa, como se dice en el Evangelio respecto a las aves del cielo y los lirios del campo, esta presencia radical y este elemento contemplativo, sabio e inocente.

Hemos hablado de la resonancia y de todos estos elementos. Ahora quisiéramos mencionar que Cattiaux tiene unos poemas extraordinarios, los Poèmes de la résonance, o los Poémes Zen, entre otros. Estos Poemas de la Resonancia son muy adecuados para hablar de esta polaridad creadora entre la inocencia y la sabiduría. Y el que vamos a leer tiene, precisamente, un aire de familia con los textos del zen:

Al Secreto (Poemas de la Resonancia)

Cuando comprendí que me hallaba solo

y libre desde siempre,

mi corazón ya no dudó de nada,

y me puse a reír de forma inextinguible.

¡Es extraordinario! Esta risa inextinguible, este ver que lo que tanto buscaba ya lo tenía dentro. En el budismo se habla de la budeidad interior, el embrión de budeidad o cuerpo de Buda, potencialmente presente en todos los seres, o incluso como el estado natural de todo lo que es, como un sol resplandeciente que ocasionalmente es ofuscado por las nubes del pensar y del acontecer; esta realización ya está en mí, y la conciencia de ello lleva a esta risa. La risa como signo de sabiduría. “La práctica es la iluminación”, dice un proverbio budista. La iluminación no se alcanza, se realiza espontáneamente, sin que ello signifique alcanzar nada en concreto, nos dicen los maestros. O “El Tao [El Sendero, la Sabiduría] no está lejos, el Tao están en mí”. Y también:  “El corazón ordinario es el Tao”, como nos dice la tradición taoísta.

Ahora otra frase excepcional de Panikkar y que pronunció en un congreso muy serio de teología al que llegaba tarde, con otros conferenciantes, y encima riendo, y el organizador preguntó molesto de qué se trataba y Panikkar dijo: “¡Es que nos hemos dado cuenta de que Dios es un camaleón!”. Dios, o este fundamento, principio de realidad o misterio de la vida, es polimórfico, proteiforme, continuamente cambiante, como la imagen y los destellos de un caleidoscopio luminoso.

Esta idea vincula la sabiduría con un juego de niños. Con frecuencia se ha pensado en la sabiduría como algo muy serio y casi muerto y aquí precisamente se reivindica este elemento de vida vibrante. Y tal y como existe el amor a la sabiduría existe una risa de la sabiduría, la risa del sabio; existe una sabiduría del amor, así como una sabiduría de la risa.

Óscar Pujol emplea una expresión muy hermosa. Se trata de la “ilusión fecunda”. Con ella se refiere a la tradición hindú y se habla de la danza de Maya. Maya se entiende como la ilusión, la magia de las apariencias, y el juego cósmico, la emoción del juego. Hay un mito, una cosmogénesis de la tradición hindú que es juguetona y que explica que ‘un día’, antes del comienzo del tiempo y del existir, el Absoluto, Brahma, Dios, etc., estaba aburrido de su propia eternidad y perfección… y de pronto surge la magia, esta diosa Maya, y le propone un juego: “Te dividiré en innumerables fragmentos y te dispersaré por todas las regiones del cosmos”. De hecho, lo haría estallar. Y continuó: “Y cada fragmento tuyo olvidará de donde viene y se encarnará en cada ser (en la tradición hindú se habla del atman, esta pequeña llama que ilumina el interior de cada ser, un principio espiritual de individuación que puede traducirse por alma o espíritu) y el juego consistirá en que durante innumerables eones habrás de buscarte a ti mismo para volver a tu unidad divina. ¡Brahma estuvo de acuerdo y así se originó la realidad!

Ello nos lleva a la pregunta: ¿cuáles son las reglas del juego? ¿De qué juego estamos hablando? El juego de la realidad puede ser terrible y de ahí la frase de Alan Watts: “Todo el sufrimiento del ser humano nace de que los hombres se toman en serio lo que los dioses crearon para divertirse”. Un juego divertido y terrible que hemos denominado “vida”, “ser”, “realidad”, “existencia”.

Y en este sentido, el viejo niño del taoísmo, de Laozi, aparece como un modelo de sabiduría, pues en él se encuentran la inocencia y la sabiduría,

Por otro lado… ¡Hermes! Ya que estamos hablando de hermetismo, debemos saber que Hermes también tiene un aspecto de dios travieso, y es incluso considerado como patrón de los ladrones. Nos referimos a este mensajero de los dioses respecto a quién algunos se preguntan, ¿sería un tramposo deificado? ¿nos podemos fiar de este bribón? Si el mensajero de los dioses es un mentiroso, lo tenemos complicado.

De hecho, estas trampas también tienen que ver con la inocencia, con el juego. En China encontramos un equivalente mítico y homeomórfico en el Rey Mono, protagonista de una larga tradición oral y héroe de la gran novela clásica china del siglo XVI, Viaje al Oeste, novela satírica, metafísica y con una riquísima cosmología y simbología alquímica e iniciática. El Rey Mono, símbolo del corazón humano, es también un héroe civilizador, travieso, vinculado al arquetipo del niño interior y el niño divino, que también responde al arquetipo del Loco (y también al del Mago), como el arcano del Tarot. Es el peregrino por excelencia; en el estudio del mito se califica como ‘trickster’, aquél que engaña, que juega, como el Coyote Amerindio. Se trata de unos personajes ambivalentes que vale la pena recuperar y examinar. ¿Son el truco, el engaño inocente, la magia, una forma de sabiduría, una forma de inocencia?

Video de la ponencia

Resumen de la charla posterior 

“Todo el sufrimiento del hombre se debe a que se toma en serio lo que los dioses crearon para jugar y divertirse”. Esta idea es provocadora, y tiene un eco fuerte en el tejido antropológico de nuestras sociedades. Johan Huizinga, historiador y filósofo, escribió Homo Ludens, un libro que debería leerse respecto al hombre como ser que juega para aprender y desarrollarse. Como escribió Nietzsche: “No hay nada más serio que el juego. Hay que ser tan serio como un niño cuando juega.” El dios Mercurio (Hermes), es el tramposo, el dios travieso que hace trampas para poder atraer el cielo a la tierra. Con sus trampas le robó el ganado a Apolo.

Existe una historia taoísta que se refiere al robo y que encontramos en el magnífico libro de Zhuangzi:

En el país de Ts’i, un tal Kouo era muy rico. En el país de Song, un tal Hiang era muy pobre. Un día, el hombre pobre fue a preguntarle al rico qué había hecho para enriquecerse de aquel modo. “Robando”, le contestó el rico y continuó: “no había pasado un año desde que empecé a robar cuando ya tuve lo necesario, a los dos años obtuve la abundancia, a los tres, la opulencia y así me convertí en un hombre notable”.

Aunque Hiang no entendió el auténtico sentido del término robar, se marchó sin pedir más explicaciones. Inmediatamente se puso manos a la obra. Saltando tapias o abriendo boquetes en las casas, se apoderaba de cuanto podía.

Sin embargo, pronto fue arrestado, entonces tuvo que devolverlo todo e incluso perdió lo poco que poseía anteriormente. Feliz por haber salido del embrollo sin otras consecuencias, se dirigió rápidamente a la casa de Kouo para pedirle cuentas, convencido de que había sido víctima de su engaño.

Cuando lo vio llegar de aquel modo, Kouo, le preguntó asombrado: “Pero, ¿qué hiciste?”. Cuando Hiang se lo hubo contado, Kouo se rió y le dijo: “¡Ah, no fue con este tipo de robo con el que me enriquecí! Al contrario, según el tiempo y las circunstancias, he ido robando las riquezas del cielo y la tierra, de la lluvia, de los montes y los valles. Me apoderé de aquello que había hecho crecer y madurar, de los animales salvajes, de las praderas, de los peces y de las tortugas acuáticas. Todo cuanto tengo, lo robé a la naturaleza, pero, y eso es importante, antes de que fuera de alguien. Sin embargo, tú robaste lo que el cielo ya había entregado a otros hombres”.

Hay que robar lo que todavía no pertenece a nadie, la fuerza del cielo, primordial, indistinta, no especificada, lo que los alquimistas denominan “mercurio”. ¡También el Rey Mono robó frutos y elixires de inmortalidad a Laozi!

El juego y la inocencia

En relación a la inocencia se dice que la alquimia es un juego de niños, pero que antes ha sido un trabajo de Hércules hasta que no se encuentra “la cosa”; después, una vez en posesión de la primera materia o del mercurio, o “la cosa”, es un juego de niños.

Todo el problema de la inocencia está en relación con el verbo conocer en el sentido bíblico: “y Abraham conoció a su mujer”.  La pérdida y el reencuentro de la inocencia está relacionado con este conocimiento. La recuperación de la inocencia no es posible racionalmente, sino que es gracias al juego, a la gratuidad y sobretodo al don. Un don del cielo que abre la puerta a esta inocencia, porque hace morir al hombre viejo y astuto para que nazca el niño y con él la inocencia.

El limbo es el lugar a donde van las almas de los niños que mueren sin haber sido bautizados. Cristo, después de la pasión, baja al limbo y desde allí saca a sus ancestros que no habían podido ser lavados del pecado original por el bautismo. Desde allí los extrae del inframundo, del infierno.  Se considera que los bebés tienen inocencia, pero no ‘conocimiento’ en sentido de aprendizaje; algunos consideran que la pérdida de la inocencia y la adquisición del conocimiento aparecen en la pubertad, este es el ‘pecado’, y en esto reside también la posibilidad de metanoia o la conversión. Evidentemente, estos nombres o nociones se refieren a símbolos, a mitos relacionados con la condición humana y su realidad, y con un trasfondo metafísico, y cualquier interpretación que tienda hacia el literalismo perderá la riqueza y ambivalencia que es la sustancia misma del símbolo.

La palabra astucia, que es lo que caracterizaba a la serpiente según el Génesis, la más astuta de los animales, que provocó la caída de Adán y Eva, y la palabra desnudez, se escriben igual en hebreo. Adán,  después de ser víctima de la astucia de la serpiente que los engañó, supo que estaba desnudo. Perdió la inocencia, adquirió la conciencia del bien y el mal y la conciencia de sí mismo como ser separado de su Creador.  Por eso, se cubrió; lo que antes era un ser de luz se convirtió en un ser animal dotado de inteligencia y libre albedrío, con libertad para escoger la vida o la muerte.  A los bebés y a los animales les faltaría esta conciencia, juegan con la luz, pero después se olvidan y no saben qué hacer con ella. En cambio, el sabio sí. El que busca y lo buscado serían lo mismo.

La sabiduría

¿Qué es la sabiduría? Puede considerarse como un estado de consciencia, un estado del ser. La sabiduría no se adquiere con los libros. La sabiduría sería el nexo común entre las grandes tradiciones. El conocimiento de qué es el hombre. En la tradición hebrea, la Sabiduría debería ser la compañera del ser humano, su complemento y su completitud.

Desde cierta perspectiva de las tradiciones orientales, se habla de iluminación, una palabra que alude a una compresión del todo. Si el taoísmo no se hubiera unido con el budismo, probablemente hubiera desaparecido, porque el sabio taoísta busca desaparecer, es una tradición basada en la espontaneidad y la no-forma… Hubiera escrito cuatro líneas y hubiera desaparecido. Ésa es la historia mítica del fundador del taoísmo, Laozi, el Viejo Niño, el que ha descubierto la unidad entre la inocencia y la sabiduría. La sabiduría taoísta aparece como un remedio indispensable para las patologías intelectualistas de la híper-modernidad. Precisamente, René Guénon, gran erudito de las diversas tradiciones humanas y crítico de la modernidad, dijo que encontraba mucho taoísmo en el Mensaje Reencontrado.

No podría haber iluminación sin el pecado, la falta; es la “Felix culpa” que ha merecido tal redentor. El pecado es necesario, pero como no se sabe qué es el pecado tampoco se sabe porqué es necesario para la salvación. Recordemos la bajada a los limbos que antes hemos mencionado.  En unos Evangelios apócrifos se dice que Cristo bautizó a los patriarcas que esperaban en el inframundo; si no hubiesen sido bautizados no hubieran reconocido a Cristo. El bautismo comporta un lavado y una recuperación de algo que se perdió con la encarnación, la auténtica pureza, la inocencia. Pero sin encarnación no existe la posibilidad de realizar el misterio.

A partir del Concilio Vaticano II ha ido desapareciendo el concepto de pecado. Y ahora ya no sabemos dónde estamos, al eliminar el concepto de la carne, del cuerpo, cosa que está muy bien al eliminar las connotaciones negativas de la corporalidad, pero también hemos perdido lo que los sabios querían decir con ello, de modo que, si no hay ningún pecado, no hace falta hacer nada, todo está bien y la búsqueda de la salvación pierde su sentido. No se realiza el jugo de la búsqueda.

A diferencia del dios de Spinoza, un dios universal, casi panteísta, la naturaleza naturante (natura naturans), los hebreos hablan del dios de Abraham, Isaac y Jacob, el dios personal de cada uno, el dios viviente. ¿Existe una unidad entre la divergencia aparente de estas concepciones? Sea como sea, se trata de una naturaleza creadora, dinámica, viva.

Los tabúes

Debemos pensar qué nos querían explicar las religiones con sus tabúes, esos misterios de los que no puede hablarse y de los que el celibato de los curas es una caricatura. Y como el celibato, estos misterios tienen que ver con el sexo. Los dioses en el Olimpo cuando hacen el amor ríen, mientras que los hombres gimen. Emmanuel d’Hooghvorst decía que a los muertos había que explicarles historias verdes para que resucitaran. Y en las Bucólicas se habla de un nacimiento divino que ha sido reído por los padres.

Hay un misterio en todo ello, un misterio que está muy cerca del hermetismo; se tiene que alcanzar una sexualidad inocente, una sabiduría del amor. Pensemos en la letra Y pitagórica, un mismo origen, pero con dos destinos. El mismo fuego, pero distinto deseo.

Según la Iglesia, la práctica cristiana sería cumplir los mandamientos; en la actualidad no tenemos ni práctica ni sabiduría. Por otro lado, con frecuencia las normas se convierten en un sabiduría muerta. La teoría por si misma es un aburrimiento, es inerte. Es necesario estudiar, pero para que éste te penetre y para que te cambie profundamente. La teoría y la práctica deberían ir juntas para alcanzar una metanoia, una “conversión”, un giro integral de la mirada, una transformación del ser. Los sabios nos dicen que la práctica para tener poderes es tan inútil como el estudio para saber más. “Ora et labora”; es necesario meditar y estudiar para conocerse a uno mismo. “Conócete a ti mismo y conocerás el universo y los dioses”. Se trata de la transubstanciación. En el hermetismo el juego de los cuatro elementos es un juego de relaciones entre el espíritu y la materia.

Quizás deberíamos recuperar la sabiduría de conocerse a uno mismo. Y ¿Quién es uno mismo? Digámosle ‘Dios’, ‘Tao’,  o digámosle Brahma, el dios que quiso jugarse en cada ser de su creación.

 

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