Cuatro relatos tradicionales de los indios americanos sobre el origen del hombre y del mundo, recogidos por M. Eliade en su «Historia de las creencias y de las ideas religiosas».

1. Relato de los indios winnebagos de Wisconsin.

«No sabemos en qué condición se hallaba nuestro padre cuando empezó a tomar conciencia. Movió su brazo derecho y luego su brazo izquierdo, su pierna derecha y luego su pierna izquierda. Empezó a pensar lo que tenía que hacer y por fin empezó a llorar, las lágrimas fluían de sus ojos y caían ante él. Al poco tiempo miró ante sí y vio algo que brillaba. Aquello brillante eran sus lágrimas, que fluían y forma­ban las aguas que vemos…

El hacedor de la tierra empezó a pensar de nuevo. Y pensó: ‘Es así, cuando deseo una cosa, se hará como yo deseo, del mismo modo que mis lágrimas se han convertido en mares’. Así pensó. Y deseó la luz, y se hizo la luz. Y pensó lue­go: ‘Es como me suponía, las cosas que he deseado han empezado a existir tal como yo quería. Pensó entonces y deseó que existiera la tierra, y la tierra empezó a existir. El hacedor de la tierra la contempló y le gustó, pero la tierra no se estaba quieta… Una vez que la tierra se aquietó, pensó en muchas cosas como empezaron a existir según él deseaba.

Y pensó: ‘Es así, cuando deseo una cosa, se hará como yo deseo, del mismo modo que mis lágrimas se han convertido en mares’.

Entonces empezó a hablar por primera vez. Dijo: ‘Puesto que las cosas son tal como yo quiero que sean, haré un ser semejante a mí’. Y tomó un poco de tierra y le dio su semejanza. Habló entonces a lo que acababa de crear, pero aquello no le respondió. Lo miró y vio que no tenía entendimiento o pen­samiento. Y le hizo un entendimiento. De nuevo le habló, pero aquello no respondió. Lo volvió a mirar y vio que no tenía lengua. Le hizo entonces una lengua. Le habló otra vez y aquello no res­pondió. Lo volvió a mirar y vio que no tenía alma. Le hizo, pues, un alma. Le habló otra vez y aquello pareció querer decir algo. Pero no lograba hacerse entender. El hacedor de la tierra alentó en su boca, le habló, y aquello le respondió».

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2. Relato de los indios omaha acerca de la creación del mundo.

«Al principio todas las cosas estaban en la mente de Wakonda. Todas las criaturas, el hombre también, eran espí­ritus. Se movían de un lado a otro en el espacio que media entre la tierra y las estrellas. Buscaban un lugar en que pudieran empezar a existir corpóreamente.

Al principio todas las cosas estaban en la mente de Wakonda. Todas las criaturas, el hombre también, eran espíritus. Se movían de un lado a otro en el espacio que media entre la tierra y las estrellas

Subieron hasta el sol, pero el sol no les convenía como morada. Pasaron a la luna y vieron que tam­poco era buena para vivir allí. Descendieron entonces a la tierra. Vieron que estaba cubierta de agua. Flotaron hacia el norte, el sur, el este y el oeste, pero no encontraron tierra seca. Estaban muy apesadumbrados.

De repente, entre las aguas surgió una gran roca. Empezó a arder en llamas y el agua flotó en el aire en forma de nubes. Apareció la tierra seca; crecieron las plantas y los árboles. Las huestes de los espíritus descendieron y se hicieron carne y sangre. Se alimentaron de las semillas de las hierbas y de los frutos de los árboles, y la tierra vibró con sus expresiones de alegría y gratitud a Wakonda, el hacedor de todas las cosas»

 

3. Una creencia de los uitotos de Colombia, América del Sur.

Al principio no había nada más que una mera apariencia, nada exis­tía realmente. Era un fantasma, una ilusión que tocó nuestro pa­dre; algo misterioso fue lo que palpó. Nada existía. Mediante un sueño, nuestro padre, «el que es sólo apariencia», Nainema, apretó el fantasma contra su pecho y se sumió en sus pensamientos.

Era un fantasma, una ilusión que tocó nuestro pa­dre; algo misterioso fue lo que palpó.

Ni siquiera existía un árbol para sostener a este fantasma, y sólo mediante su aliento mantuvo Nainema sujeta esta ilusión al hilo de un sueño. Trató de descubrir qué había en su fondo, pero nada encontró. «Estoy sujetando algo que es un puro no existir», dijo. No había nada.

Lo intentó de nuevo nuestro padre y rebuscó en el fondo de aquello y sus dedos removieron el fantasma vacío. Ató el vacío al hilo del sueño y prensó sobre él la papilla mágica. Así, gracias al sueño, lo sostuvo como la pelusilla del algodón silvestre.

Ató el vacío al hilo del sueño y prensó sobre él la papilla mágica.

Tomó el fondo del fantasma y pisó sobre él repetidas veces, con lo que pudo finalmente descansar sobre la tierra que había soñado.

Ya era suyo el fantasma de la tierra. Escupió entonces varias veces para que surgieran los bosques. Se acostó sobre la tierra y puso sobre ella la cubierta del cielo. De la tierra alzó los cielos blanco y azul y los puso encima».

 

4. Creencias de los indios maidus de California.

En el principio no había sol ni luna ni estrellas. Todo estaba os­curo, y no había más que agua por todas partes. Flotando sobre el agua llegó una balsa. Venía del norte, y en ella había dos personas, Tortuga y Padre de la Sociedad Secreta. La corriente era muy rápida. Cayó entonces del cielo una cuerda de plumas, llamada Pokelma, y por ella bajó el Iniciado de la Tierra. Cuando llegó al final de la cuerda, ató su extremo al arco de la balsa, y se quedó allí. Su rostro estaba cubierto y nunca fue visto por nadie, pero su cuerpo brillaba como el sol. Se sentó y nada dijo durante un buen rato.

Su rostro estaba cubierto y nunca fue visto por nadie, pero su cuerpo brillaba como el sol.

Por fin dijo Tortuga: «¿De dónde vie­nes tú?». Y el Iniciado de la Tierra respondió: «Vengo de arriba». Dijo Tortuga entonces: «Hermano, ¿no podrías hacerme un poco de tierra seca, de manera que pueda salir alguna que otra vez del agua?». Y preguntó de nuevo: «¿Habrá alguna vez otras gentes en la tierra?». El Iniciado de la Tierra se quedó pensativo y dijo por fin: «Sí». Preguntó Tortuga: «¿Cuánto tiempo tardarás aún en hacer a la gente?». Replicó Iniciado de la Tierra: «No lo sé. Tú quieres un poco de tierra seca. Bien, ¿de dónde voy a sacar tierra para hacértela?». Tortuga respondió: «SÍ me sujetas una cuerda al brazo derecho, bucearé para buscarla». Iniciado de la Tierra hizo como Tortuga decía; buscando alrededor, sacó de algún sitio un cabo de cuerda y lo ató a Tortuga. Cuando Iniciado de la Tierra llegó a la balsa, allí no había ninguna cuerda, pero él re­buscó y encontró una. Tortuga dijo: «Si la cuerda no es bastante larga, yo daré un tirón y tú me sacarás; si es bastante larga, daré dos tirones y entonces tú tirarás de prisa, de forma que yo pueda sacar toda la tierra que pueda coger».

Dijo Tortuga entonces: «Hermano, ¿no podrías hacerme un poco de tierra seca, de manera que pueda salir alguna que otra vez del agua?»

Cuando Tortuga se acercó al costado de la balsa, Padre de la Sociedad Secreta empezó a gritar sordamente.Tortuga estuvo fuera mucho tiempo, durante seis años. Cuando regresó, estaba cubierta de cieno verde, de tanto tiempo que per­maneció allá abajo. Cuándo subió a la superficie del agua, la única tierra que traía era un poquito debajo de las uñas; el resto lo había perdido. Iniciado de la Tierra tomó en sus manos un cuchillo de piedra de debajo de su sobaco izquierdo y fue raspando cuidado­samente la tierra de debajo de las uñas de Tortuga. Puso la tierra en la palma de su mano y la amasó hasta que se formó una bola redonda; era pequeña como un guijarro pequeño. La depositó sobre la popa de la balsa. Una y otra vez se volvió a mirarla, pero no crecía nada en absoluto. La tercera vez que fue a mirarla había crecido de modo que se la podía rodear con los brazos. La cuarta vez que la miró era ya tan grande como el mundo, la balsa estaba varada y alrededor había montañas hasta perderse de vista. La balsa encalló y todavía hoy puede verse el sitio.

Puso la tierra en la palma de su mano y la amasó hasta que se formó una bola redonda; era pequeña como un guijarro pequeño.

Cuando la balsa tocó tierra, dijo Tortuga: «No puedo estar siempre a oscuras. ¿No puedes hacer una luz para que yo vea?». Replicó Iniciado de la Tierra: «Vamos a sacar la balsa, y luego veremos qué se puede hacer». La sacaron entre los tres. Entonces dijo Iniciado de la Tierra: «¡Mirad allí, hacia el Este! Voy a decirle a mi hermana que venga». Entonces empezó a hacerse la luz y rom­pió por fin el día; entonces se puso a gritar sordamente Padre de la Sociedad Secreta, y salió el sol. Dijo Tortuga: «¿Por qué ca­mino va a viajar el sol?». Respondió Iniciado de la Tierra: «Le diré que siga este camino y que se ponga por allí». Una vez que se hubo puesto el sol, Padre de la Sociedad Secreta empezó a llorar y a gritar de nuevo, y se hizo una gran oscuridad. Iniciado de la Tierra preguntó a Tortuga y a Padre de la Sociedad Secreta: «¿Os gusta mucho?». Y ellos respondieron a la vez: «Es muy bueno». Preguntó entonces Tortuga: «¿Es esto todo lo que piensas hacer por nosotros?». Y respondió Iniciado de la Tierra: «No, todavía voy a hacer mucho más». Entonces fue llamando una a una a las estrellas por su nombre, y fueron saliendo. Hecho esto, preguntó Tortuga: «¿Qué tenemos que hacer nosotros ahora?». Replicó Iniciado de la Tierra: «Esperad y os lo diré». Entonces hizo crecer un árbol, el árbol llamado Hukimsta; Iniciado de la Tierra y Tortuga y Padre de la Sociedad Secreta se sentaron a su sombra durante dos días. El árbol era muy grande, y en él crecían doce clases distintas de bellotas.

Textos recogidos por Mircea Eliade, “Historia de las creencias y de las ideas religiosas, t. IV. Las religiones en sus textos”, ed. Cristiandad, Madrid, 1980; pp. 95 y ss.

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