Texto de J. Rousselot (1913-2004) sobre la pintura de Louis Cattiaux, en el que muestra que sus cuadros no pueden separarse de sus otras actividades vitales. Al final presentamos las pinturas que Rousselot menciona

París, 1950

blanc.c.

Un pintor perezoso 

Existen cuarenta mil pintores en París. Sólo uno sacude sus alfombras sobre las verjas de Sainte-Clothilde, por la mañana; sólo uno vive en el campo en plena capital, con su gato sobre las rodillas: es Louis Cattiaux. Basta con empujar la barrera de las vidrieras, Cattiaux siempre está allí, en su estudio-comedor-museo, lleno de clavos multicolores, de viejos muebles patinados, de iconos y de telas extrañas. Uno se pregunta cuándo trabaja: nunca se le ha visto hacer otra cosa que acariciar su bigote, completado de vez en cuando por una barba florentina o un perilla Segundo Imperio, acariciar el pelaje de Poupinet, un príncipe persa con botas violetas, acariciar la cubierta de algún hermoso libro imposible de encontrar. Al igual que otros se agitan, y sudan sangre para “llegar”, Cattiaux permanece maravillosamente inactivo, a la espera; al igual que otros ven en lo exterior garras, clavos puntiagudos, él acaricia a lo largo del día a los seres y a las cosas para hacerse querer por ellos.

Pintor, poeta…

La pintura de Cattiaux se hace sola. Al menos en su ejecución; ya que la medita durante mucho tiempo; cada una de sus telas nace lentamente de una exigencia a la vez metafísica, religiosa y plástica. Mientras medita, las telas reciben una capa de imprimación de composición misteriosa, después, algunos días más tarde, otra capa, y aún otra. Diez minutos por aquí, diez minutos por allá, el terreno está preparado al fin, curiosamente vitrificado, lleno de transparencias. Proyectar entonces sobre la tela o la madera, la composición que se ha edificado en alguna parte del espíritu de Cattiaux, será tan fácil y agradable como un juego, se hace muy rápido, con la mano guiada por una musa cuyo nombre no se encuentra en el diccionario. La maravilla es que esta ejecución mediúmnica sea de una solidez artesanal ejemplar; Cattiaux no ignora nada de los recursos de su oficio; sabe que cada toque cuenta; conoce todos los viejos secretos que permiten al artista inspirado dominar, poner a su servicio los prestigios peligrosos de la materia. Pero, donde muchos se atascan en la lenta paciencia, él avanza con saltos líricos, con hallazgos inmediatos. Tampoco necesita más tiempo para escribir sus poemas: “Los poemas del holgazán” a los que puso como encabezamiento esta frase maliciosamente atribuida a Hipócrates: “Demasiadas gentes que escriben, tienen las uñas sucias”. Son pequeños haïkaï en prosa, sentenciosos, llenos de evidencia, que un hombre con las uñas limpias traza en el reverso de nuestra vida sucia por la codicia, el odio, el inútil atropello. Poeta en su pintura –por su maravillosa invención que le permite dar cuerpo a sus postulados, carne a sus puras especulaciones– Cattiaux es pintor en su poesía, en el sentido de que cada uno de sus poemas es como una ilustración de lo que expresa pintando: Vírgenes alquimistas, tigres coronados por soles y ceñidos por la eterna serpiente. Deslumbrantes explosiones de un Cosmos que de pronto parecen la sístole del corazón.

… y filósofo

La filosofía de Cattiaux, y su metafísica, no oculta sus fuentes: la tradición, el esoterismo; el ejemplo de René Guénon lo fortalece más aún en su fe revolucionaria. Pues ser revolucionario es oponerse con toda su alma al utilitarismo y a burocratismo de las instituciones morales, religiosas y sociales. Para Cattiaux, la revolución comienza con el inmovilismo, el rechazo a perseguir “la oportunidad”; su noción de perfeccionamiento es lo contrario de aquella que los profesores y los filósofos enseñan; los mismos sacerdotes no tienen su favor, confinados con demasiada frecuencia a su oficio de repartidores de gracias y perdones. Su dios es el Único, su religión, el Amor. El Mensaje Reencontrado lo explica en cortos capítulos que se ajustan según una lógica interna que no se percibe inmediatamente y cuyos títulos los proporcionan las variaciones anagramáticas de las palabras: VERITÉ NUE (Verdad desnuda). He aquí algunas: VERTUE NIÉE– VÉRITÉ UNE – EVE TRIE-UNE – UN ÊTRE-VIE – TRÊVE UNIE – UNITÉ RÊVE – VU ET RENIÉ – TRIÉ EN VUE – VUE TRI-NÉE – IVRE ET NUE – RIVE TÉNUE – NUIT RÊVÉE. Lanza del Vasto ha escrito el prefacio de El Mensaje Reencontrado que Cattiaux vende o da según los méritos del destinatario.

Vidente, quiromántico y curandero

“Hay que volverse vidente” decía Rimbaud. Cattiaux ha seguido este consejo. He aquí que, a voluntad, se ausenta en sí mismo, derriba las barreras que nos separan del ayer y del mañana; lee en ti como en él: sin secretos, y por supuesto, ninguna palma tiene secretos para él. Los poetas de Saint-Germain-des-Prés pronto no tomarán una decisión sin consultarle; ya ha hecho que algunos dejaran el tabaco, el alcohol y las Egerias; mañana les impedirá escribir malos poemas; hoy se contenta, por medio de una mirada de sus ojos azules, de una pequeña reflexión con su voz dulce, con impedirles que se tomen a sí mismos completamente en serio. Se encuentre donde se encuentre, lo insólito se instala con él: siempre tiene el aspecto de venir de muy lejos, de un mundo pacificado donde se viviría sin comer, sin trabajar, sin combatir. Este vidente, sin embargo, no tiene nada de brujo: la tez es fresca, la corpulencia optimista, la risa estrepitosa. Lo que en él hay de “prodigioso” es que es feliz, cándidamente feliz en un mundo que se desespera.

…un sabio

Cattiaux, entre su esposa Henriette y su gato Poupinet, entre su paleta y su escritorio, lleva la vida de un sabio. Posee la alegría de un niño, el humor tierno de un santo, Tiene buenos sofás para dormir, flores para alegrarle la vista, sólidos castaños centenarios al otro lado de la calle, para darle sombra y frescor. El fakir Cattiaux, en cuclillas, el torso desnudo, con un turbante en la cabeza, fue sólo una fotografía para los estantes de las librerías ocultistas; él es el primero en burlarse y dudo que se tome muy en serio las sesiones de magia a las que llega a asistir. Al verdadero Cattiaux, hay que ir a verlo a la calle Casimir-Perier, mimado, mimando, y obteniendo los dones por el único ejercicio de su amor. “Ante quien se prosterna, se prosternarán” decía el gran poeta lituano Mislosz. “A quien da, se le dará”, tal podría ser la divisa de Cattiaux, a quien amigos y desconocidos llenan con sus favores a cambio de su alegría comunicativa (la mejor medicina) y de sus juegos de pincel (la mejor pintura).

Para acceder al texto original de Jean Rousselot, ver: Louis Cattiaux, le peintre hermétique vu par la presse depuis 1938