Estudio sobre el simbolismo de seis láminas del Tarot, el «mutus liber» hermético más popular, al tiempo que el más desconocido.

 

Los Tarots

Ya sea que se les atribuya la predicción del destino de este mundo perecedero, o que sirvan de soporte a un médium, o incluso que ilustren las polvorientas supersticiones de otro tiempo, los tarots ocupan un lugar de honor entre las numerosas prácticas adivinatorias destinadas a tranquilizar la perpetua angustia de este pobre mundo. Algunos incluso les confieren la autoridad respetable de un mutus liber egipcio. “La buenaventura”, sin embargo, no es nuestro propósito aquí, a menos de que se den a estas palabras una connotación filosófica.

Estas imágenes enigmáticas deban escrutarse en buena compañía para dejar al descubierto el arte más noble del hombre, el arte sagrado. “Al considerarlas atentamente, ¿no nos hallamos ante un mensaje de un alcance mucho más profundo y más esencial? (…) Estas láminas de oro grabadas y pintadas ¿no aluden a esta filosofía del Oro sabio, o Oro del Templo, del que ya hemos tenido oportunidad de hablar, gracias a la cual los profetas profetizaron?” (E. d’Hooghvorst, Hilo de Penélope I, Arola ed. Tarragona 2000, p. 226; a partir de aquí siempre: HP).

El tiempo, desgraciadamente, devora toda savia y reseca la vida. “Si se ha acabado considerando a los tarots como un medio para prever el porvenir en el sentido vulgar de la palabra, es por una especie de amputación de su principio, por ignorar la intención primitiva de los imagineros. La adivinación vulgar ya no es más que la corteza vacía de la antigua mancia o profecía, cuya función no es anunciar lo que acontecerá mañana o pasado mañana, sino decir el mundo por venir o Edad de oro, lo cual es muy distinto. (…) Así pues, la intención de los antiguos imagineros era ver en los tarots la imagen de un cielo terrestre, llamado también firmamento o espejo de oro, sobre el que los profetas se han inclinado”. (HP, p. 228).

La intención de los antiguos imagineros era ver en los tarots la imagen de un cielo terrestre, llamado también firmamento o espejo de oro, sobre el que los profetas se han inclinado

La práctica de la cartomancia consiste en hacer que el consultante tire un cierto número de cartas, de las que se saca partido para hacer aparecer los acontecimientos benéficos o las dificultades. Sabemos por experiencia cuantos impedimentos existen en este mundo, en el que hemos sido precipitados por la caída, para el mundo por venir o la Edad de oro. Así podría proponerse la hipótesis de que las “malas” cartas denuncian el estado de este mundo o, en relación a los que ya están en camino, las dificultades y las trampas que salpican la ruta del buscador. Las “buenas” levantarían prudentemente un extremo del velo que protege aquel mundo, el mundo por venir, objeto de nuestros deseos.

Por falta de espacio sólo algunas de las diez-y-nueve láminas mayores merecerán nuestra atención en el presente artículo. Como en cualquier obra profética, tan sólo el hombre y su devenir son objetos de enseñanza. El número diez-y-nueve, número de Apolo, el hombre perfecto, ¿no está relacionado tradicionalmente con el número de vértebras humanas? ¿Cuál podría ser la relación entre las láminas y las vértebras? El hombre se mide entre el hueso sacro y el occipucio, el camino de la médula vital, un camino de transformación que hace del hombre torcido un hombre “recto”, rectificado.

Según la tradición rabínica, cada versículo de las Escrituras contiene todo la enseñanza por entero. Igualmente aquí, diez-y-nueve facetas de una misma realidad se proponen a la sagacidad del buscador. Así “los colores no han sido escogidos al azar, sino que todos se refieren a UNA realidad oculta” (HP, p. 231).

Una lámina sin número. El Mate o el Loco 

Una vigésima carta, no numerada, atrae nuestra atención: el Mate. En efecto, “está excluido del orden de los números y, por consiguiente, de la creación” (HP, p. 230). Según los pitagóricos, la creación es orden y medida. El Mate, que encontramos en la expresión: “jaque mate”, representa pues al profano, al hombre carnal, un caos anterior a la creación.

Según los pitagóricos, la creación es orden y medida. El Mate  representa pues al profano, al hombre carnal, un caos anterior a la creación.

No “está en camino” en el sentido bíblico del término, anda por un camino errante. Y, ¿cómo lo sabemos? Su oro, el tesoro que le transmitieron sus padres, no nutre su vida. Si bien es de oro, “el bastón duro y seco” (L. Cattiaux, El Mensaje Reencontrado, ed. Herder, Barcelona 2011; § 19, 36; a partir de aquí siempre: MR), que aparece fuera de su cuerpo, sólo sirve para su vagabundeo. Y su oro, en la cabeza, revela el sueño que conduce su vida, su hueso quebrado y mal soldado, separa lo alto de lo bajo. La vida profana no unifica al hombre; se consuela “jugando con el viento de la vanidad” (MR 22, 51). “Los cascabeles de sus ilusiones, suspendidos a su marquesota de color azul que evoca aquí el sueño engañador, le divierten”. Es así como “lo vive todo en altura, con vergüenza de su trasero” (HP, pp. 239 y 241). Sueña con la pureza. “Pero la bestia le devora donde le quema su vicio, desgarrando las calzas de un sexo vergonzosamente soñado” (HP, p. 241).

El imaginero ha gustado de representar en el suelo el oro con unas hierbas blancas y verdes. El mundo que alberga el vagabundeo contiene muchos tesoros: ningún pueblo está sin profeta, ningún profeta sin hermeneuta. Por desgracia, tirados por el suelo, el oro y la pureza no enseñan nada. Lamentable estado del hombre caído, errante y exangüe.

Las otras láminas tienen todas ellas el privilegio de un número, así pues poseen otro rango de creación. La tentación de introducir un orden o una progresión correspondiente a las diez-y-nueve vértebras es grande, pero sin luz lo mejor es abstenerse. Las presentaremos pues en su orden profano, caótico, como todo lo que transpira lo sagrado en este mundo. Al no poder referirnos a todas las láminas, sólo hablaremos de la I a la V, para acabar con la XIX que se halla entre las más sabrosas.

Lámina I. El Mago

Un mago de feria despliega sus trucos de prestidigitación. Se le podrían aplicar las palabras con las que E. d’Hooghvorst define a Ulises: “El término ‘artificioso’ le corresponde perfectamente: enseña con palabras que son como dados trucados, un sentido que engaña a los astutos, que toman sus palabras sin el alma fina. ¡Oh, sagrado mentiroso en su santa cábala!” (HP, p. 19). Pues es cierto que: “Los filósofos herméticos poseen el arte de mezclar las cartas, y por eso se les presenta bajo la figura del Mago. (…) Al principio desvelan ocultando, y al final velan cuando muestran”. (L. Cattiaux, Florilegio epistolar).

Pues es cierto que: “Los filósofos herméticos poseen el arte de mezclar las cartas, y por eso se les presenta bajo la figura del Mago».

Hacer pasar el oro por el tubo, ¿no sería licuar el oro como un buen alquimista? Por eso, sólo el hombre de fino olfato reconocerá la enseñanza sagrada en el dédalo de las falsas enseñanzas del mundo.

 Lámina II. La Papisa

Aquella que lee a libro abierto es tradicionalmente la Virgen. El ángel le abrió el libro, tan bien cerrado para el profano. Al contrario que el Papa, su tiara de oro, asentada sobre un velo blanco símbolo de la pureza, fecunda sus pensamientos. ¿No enseñaba la Iglesia de Oriente que el ángel iniciador aportó la pureza a María? En ciertas pinturas, el ángel le ofrece a la Virgen una flor de lis. “Por la pureza de la gracia es como imantamos el amor divino y encarnamos a Dios en nosotros” (MR 18, 66’). Cuando “la tierra bebió aquella pureza bendita” “pensamiento mágico del cielo estrellado del que la bella se ha revestido” (HP, pp. 211 y 207), es cuando se cumplen las maravillas de la encarnación divina. El vestido rojo cubierto por el manto azul celeste reviste aquí esta maravillosa naturaleza, sentido terrestre fecundado por el cielo, un cielo totalmente fijado en un grueso broche de oro pesado.

. Al contrario que el Papa, su tiara de oro, asentada sobre un velo blanco símbolo de la pureza, fecunda sus pensamientos.

“He aquí las bodas del cielo y la tierra, de una tierra filosófica, por supuesto, y de un aire divino y celeste (…) Aún siendo Juno un aire rebelde y errante, la leyenda nos cuenta que Júpiter, su esposo, logró fijarla: la colgó de las manos en lo alto del cielo y le fijó los pies a los yunques del oro terrestre de Eneas” (HP, p. 120). En estas bodas fecundas, se engendra el fruto tan deseado. Su seno incuba su tesoro: lo testimonia la cruz, monograma de Cristo, fijada sobre su vestido. Un velo la protege del profano, el misterio mariano evoca aquí un misterio oculto. Esta maduración es una obra de meditación. Virgen, no ha conocido a ningún hombre, y su fruto, el Verbo divino, manifestación del misterio, permanece disimulado. Magos y pastores ciertamente lo contemplarán a su debido tiempo; después de lo cual, en el Templo, el niño se mostrará públicamente.

 Lámina V. el Papa

  

Lleva su oro en la garganta, mostrando así la importancia que da a su palabra y a su rango, testimoniado por la tiara que cubre su cabeza. El ángel no le ha dado el don, ninguna pureza sostiene su pensamiento totalmente humano, mentaliza el tesoro de las edades, dogmatiza. La capa roja sobre su túnica azul: el sentido domina al pensamiento. Ningún broche sujeta este sentido perecedero que se desata. El pensamiento, sutil cuando desciende de lo alto, recubre el sentido terrestre y lo pacifica. Aquí no es más que el efecto ilusorio del Cheol. Un aforismo del Nuevo Mundo, el 86, describe precisamente esta lámina: “Hiciste ritos, Dite que niega a su María. No ha leído palabra y habla, su Papa está vacío. Exilio no volvió a poner fuego en su lugar” (HP, p. 347).

El ángel no le ha dado el don, ninguna pureza sostiene su pensamiento totalmente humano

Para el fariseo, mientras que rechaza a Jesús, los ritos ocupan el lugar de la religión que no ha sabido leer. Así es como nuestro Papa, al moralizar, niega a su María. Niega la Virgen, el Espíritu Santo y, en consecuencia, la gracia, el único pecado que no puede ser perdonado. Sin embargo, apoyado sobre dos columnas, la moral y la ascesis, cuyo color azul muestra su carácter ilusorio, predica su vacío a los monjes arrodillados. “Astuta y criminalmente, han sustituido las palabras santas por sus palabras profanas y ahora los mediocres siguen ciegamente sus consignas, sin ni siquiera conocer la enseñanza del maestro divino, de quien se valen con impudicia”. (MR 17, 28). Así es como desvía la atención de la bendición, que cae a sus espaldas bajo la forma de un tocado. ¡El cielo no les ha caído sobre sus cabezas! ¡Si hubieran recogido esta primera materia ígnea, habrían colocado de nuevo “el fuego en su lugar”! Este fuego circular, descendido desde Keter, es el anillo de sus esponsales: “El anillo, aro de fuego, le fue promesa de boda” (HP, p. 222). Aquí pues se describe un escollo, existen muchos más, de los que debe guardarse el buscador.

 Lámina VI. Los enamorados

 

El amor solar envía sin cesar flechas y rayos nutrientes, de los que los vivientes se alimentan sin fijarlos. Aquél que pudiera apoderarse de este maná de manera recta “encenderá su linterna con el espíritu del sol” (HP, p. 13).

Como Hércules en la encrucijada de los caminos, el enamorado se halla ante una elección: encenderse con la flecha solar o seguir la fácil pendiente que adormece a la humanidad en un sueño mortífero. La izquierda parece más fácil. Está del lado de la mujer que deposita sobre su espalda una mano prometedora. El oro en la cabeza, ya se ha visto, mentaliza la vida. Lo mental está fundado aquí sobre una ilusión subrayada por el azul de los cabello. El vestido rojo no está templado por ningún azul, un sentido vulgar que no reviste ninguna influencia celeste. Es Eva caída, espejismo mortal de este mundo.

Como Hércules en la encrucijada de los caminos, el enamorado se halla ante una elección: encenderse con la flecha solar o seguir la fácil pendiente que adormece a la humanidad en un sueño mortífero.

A la derecha, al contrario, mediante el rojo sentido pacificado por el manto azul de lo alto, se describe perfectamente a la Eva regenerada. Sus cabellos de oro le fecundan el espíritu y es una mano pura la que tiende a su amante. El problema de la elección que aquí se expresa, no está, como comúnmente se cree, restringido a la moral. En realidad, el hombre sólo tiene una elección en este mundo: permanecer o salir de él. Está escrito en el Génesis“El Señor Elohim formó a Adán, polvo de la tierra” (Gn 2, 7). La palabra ‘formó’, vaiitser, lleva dos iod, que son el símbolo de las dos formaciones. “El hombre es ciertamente portador de dos destinos: el primero, proviene de los astros, es el destino astrológico que, en cierta medida, es ciego. El segundo viene de más allá de los astros, del Nombre divino o de la bendición del Nombre. Tal es destino verdadero del hombre y su libre arbitrio consiste únicamente en escoger uno u otro destino”. (Carlos del Tilo, El libro de Adán).

Puede decirse también que el profano se equivoca no sólo de esposa sino también en la interpretación de la Escritura, en la que sólo lee su condena. Por eso hay que saber leer: “Hallar el paraíso es leer la Escritura como debe ser leída (…) el paraíso es el saber de Hermes, es Hermes sabido (HP, p. 260).

 Lámina VII. El Carro

 

¿Quién es este rey triunfante en su carroza de gala? Contemplándolo más de cerca algunos detalles insólitos nos dan una pista. Los caballos, uno rojo y uno azul, unidos por una silla blanca, sostienen más que tiran de este curioso carro. El sentido y el pensamiento, el fijo y el volátil, reconciliados por la pureza, no están sujetos a la separación, que era la consecuencia de la caída. También son aquí las bodas del cielo y de la tierra consumadas con el triunfo del rey.

El sentido y el pensamiento, el fijo y el volátil, reconciliados por la pureza, no están sujetos a la separación, que era la consecuencia de la caída

Satanas Musat, desvela el escudo suspendido sobre la silla de pureza. Hacer la paz con Satanás es ofrecerle la pureza de arriba, aquí una silla blanca. Entonces Hermes de cuello blanco triunfa sobre su carro de oro; es así como de él hacemos un amigo. Otra curiosidad: las ruedas no pueden rodar en la posición en que están dibujadas, lo que resalta la imposibilidad aparente de realizar la cosa en este mundo; imposibilidad sólo aparente, puesto que triunfa. Podríamos extendernos en cada detalle, pero hay que ser breve por eso pasaremos a la última lámina, una lámina de alegría.

Lámina XXI. El Mundo

 

Una mujer, con un bello cuerpo desnudo, baila sobre el oro: él canta y ella baila. Aquí se ve cómo el oro terrestre se convierte en “paraíso (…) donde reirá la Edad de oro” (HP, p. 346). “Las lágrimas celestes lavándolo de su rudeza le hicieron este paraíso de Isis” (HP, p. 222). El oro purgado de su engaño mediante el agua de la bendición es palabra creadora, divino sexo masculino que fecunda este cuerpo exultante. De un modo natural se piensa en la multiplicación operada por el alquimista: “Consiste en recomenzar la operación ya efectuada pero con materias exaltadas y perfeccionadas, y no con materias crudas como antes (…). Para eso, los filósofos toman la materia cocida y preparada por la naturaleza, y la reducen a su primera materia, o mercurio filosófico de donde fue extraída” (A.J. Pernety, Dictionnaire mito-hermétique).

Una mujer, con un bello cuerpo desnudo, baila sobre el oro: él canta y ella baila. Aquí se ve cómo el oro terrestre se convierte en “paraíso donde reirá la Edad de oro”

En una imagen semejante a nuestra lámina, E. d’Hooghvost evoca: “el mercurio de los filósofos, donde las partes volátiles bailan alrededor del fijo antes de ser digeridas en él poco a poco por cocción” (HP, p. 193). Aquí se describe el amor edénico mediante el cual Adán y Eva fueron creados. “Donde el amor tomó palabra, canta la Edad de oro” (HP, p. 346). También son las bodas químicas: “He aquí al esposo que se une sabiamente, por Arte sabio, a su bella Isis” (HP, p. 222). “Su Arte es Sol que suena, paraíso de los sentidos” (HP, p. 345).

Antiguamente, en la campiña, se ofrecía una gavilla de espigas a la recién casada para simbolizar la fecundidad de la unión. Aquí la corona de espigas manifiesta esta fecundidad, multiplicación de todo: del oro, del sentido y del cielo.

Los cuatro vivientes del Apocalipsis, que ocupan los ángulos, representan los cuatro elementos, los cuatro vientos, y por supuesto, los cuatro evangelistas. Si bien son terrestres, los animales de la parte inferior de la imagen han recibido el don del cielo: hojas de viña vegetan en su lomo. La viña celeste crece de sus huesos: lo que estaba dormido ha empezado a vegetar; ha llovido sobre la tierra. Una vaca negra, alimentadora celeste, da de mamar a este becerro, símbolo del espíritu humano. El león, el cuerpo, el oro terrestre, aparece aquí coronado, purificado, pacificado. Esta pacificación se describe en la lámina XIX, la Fuerza.

Los cuatro vivientes del Apocalipsis, que ocupan los ángulos, representan los cuatro elementos, los cuatro vientos, y por supuesto, los cuatro evangelistas.

Más difíciles de alcanzar, las dos figuras aladas de la parte superior, están separadas simbólicamente por una nube. El águila de oro, volátil celeste coronada por un sentido puro, es el águila de Hermes, el iniciador que preside las bodas. El ángel es inaccesible; es Elohim, Dios del cielo con los sentidos sutiles (sus alas son rojas). Da una única bendición, la primera, Adonai otorga las otras noventa y nueve. ¿No aparece aquí su tesoro de lluvia que sostiene entre las manos? Podríamos preguntarnos si esta carta sorprendente no describe toda la operación alquímica. La primera conjunción, llamada doble se hace entre el macho y la hembra, entre la forma y la materia, entre el mercurio y el azufre. La segunda conjunción se denomina triple, porque reúne cuerpo, alma y espíritu en una unidad, al igual que la corona reúne el azul, el rojo y el oro. La tercera se llama cuádruple, porque reúne los cuatro elementos.

He aquí un pequeño ejemplo de lo que se puede encontrar en estos pequeños iconos tan ricos, salados por la sal de la sabiduría. Es necesario, por supuesto, que un buen amigo os haya puesto en la vía, y que tengáis la paciencia de dejar que esta sal se saboree.

Referencia del libro  / El Tarot en Arsgravis 

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