Ensayo sobre el simbolismo del Árbol bíblico a partir de algunos textos cabalísticos y de las pinturas de Marc Chagall sobre este tema. Edición Lluïsa Vert

blanc.dMarc Chagall fue un pintor judío ruso que si se tiene en cuenta su tradición religiosa quizá no hubiera debido pintar. En el judaísmo están prohibidas las imágenes figurativas: se considera que a Dios se le puede oír, escuchar su palabra, pero no ver cara a cara. Por eso la letra es tan importante pues asume la representación del mundo y de la divinidad, por eso quizá deberíamos decir de los dos mundos, el holam ha-ze, o este mundo, y el holam ha-ba, o el mundo por venir.

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Según explicaba Lluís Duch, la decisión de Chagall de dedicarse a la pintura significó: “una ruptura total, si no con una prohibición formal, como se ha dicho algunas veces, sí, al menos con una tradición muy arraigada en el sentido que la pintura no era oficio para un judío.” [1] Fuera como fuese, Marc Chagall trasladó a su pintura muchos de los conceptos tradicionales en los que fue educado: el árbol del Paraíso, la zarza ardiente de Moisés… pero, sobre todo, sus árboles-hombre o sus hombres-árbol, que recogen la tradición bíblica que relaciona estrechamente al ser humano con el árbol. Por eso, quisiéramos complementar las pinturas  de Chagall con algunos textos pertenecientes a la tradición cabalística judía respecto al contenido simbólico del árbol.

Para comenzar debería decirse que los cabalistas comparan a la Torá con un árbol, tal como afirma en su Sefer ha-Rimon o Libro de la Granada, rabí Moisés de León, el autor del famoso Sefer ha-Zohar:  “Porque la Torá es denominada Árbol de Vida. Al igual que éste se compone de ramas, hojas, corteza, médula y raíces, y cada uno de estos elementos que lo componen puede ser llamado parte constituyente del árbol… también verás que la Torá contiene muchas cosas interiores y exteriores y todas forman una sola Torá y un solo árbol sin que se den diferencias”

Para comenzar debería decirse que los cabalistas comparan a la Torá con un árbol,

Gershon Scholem, que recogió esta cita en su obra La cábala y su simbolismo [2], la comentó diciendo que al cabalista se le revela la unidad  de Dios como un organismo  en el que cada miembro contiene unas significaciones secretas que el místico auténtico debe descubrir. Así, lo que para el teólogo son atributos de la divinidad, para el cabalista son hipóstasis, estadios de un proceso vital que está representado por el hombre, pero también por el árbol. Y dado que sus escritos son el producto de su experiencia de un mundo que no es el del común de los mortales, cuando quieren describirla solo pueden referirse a ella con las palabras de este mundo, por lo que dichas palabras se convierten en símbolos que remiten a la auténtica realidad que perciben. Por eso, el lenguaje de los libros de la cábala se conoce como el Lenguaje de las Ramas.

Respecto a ello, Yehuda Ashlag, el famoso traductor del Sefer ha-Zohar, escribió lo siguiente en la primera parte de su Estudio a las diez sefirot : «Los cabalistas eligieron un lenguaje especial al que se denomina Lenguaje de las Ramas. Nada sucede en este mundo que no tenga sus raíces en el mundo espiritual. Todo en este mundo se origina en el mundo espiritual y luego desciende. De esta forma, los cabalistas encontraron un lenguaje ya elaborado, con el cual transmitir fácilmente sus logros oralmente unos a otros o por escrito para las generaciones futuras. Tomaron los nombres de las ramas del mundo material: cada nombre es auto explicativo, indicando su raíz de origen en el sistema del mundo superior». i

En el comienzo mismo de la Escritura aparecen no uno sino dos árboles indisolublemente ligados al destino del hombre, se trata del Árbol de la vida y del Árbol del bien y del mal. Dos árboles o más bien uno solo. Dicho de otro modo, el árbol, como todos los símbolos, es doble, es decir tiene un doble sentido, uno despojado de las cortezas y visto en su esencia y el otro visto desde el exterior, desde las cortezas.

El Árbol de la vida surgió tras el siguiente mandato divino: Y Elohim dijo: Que la tierra produzca un árbol-fruto que da fruto según su especie… (Génesis 1, 11) Un árbol fruto, es decir, un árbol que todo él debía ser fruto, sin las cortezas que después de la caída lo recubrieron. Que tal desgracia fue consecuencia de la falta de Adán y Eva, aparece en el siguiente relato del Midrach Rabá (V-9) sobre este versículo del Génesis: “Que la tierra produzca lo verde (Génesis 1, 11) Hemos aprendido de Rabí Nahman: el juicio se abrió con tres acusados y se acabó con cuatro condenados, Adán, Eva, la serpiente y la tierra maldita con ellos, según las palabras: Maldita sea la tierra (Génesis 3, 17)… ¿Por qué la tierra fue maldita? Rabí bar Chalon dijo: Porque desobedeció la orden que le habían dado. El Santo, bendito sea, había ordenado: Que la tierra produzca lo verde… árbol fruto dando fruto” (Génesis 1, 11) al igual que el fruto, el árbol debía ser comestible. Pero la tierra no lo hizo: La tierra hizo salir… el árbol dando fruto (Génesis 1, 12) –el fruto era comestible pero no el árbol”.

Un árbol fruto, es decir, un árbol que todo él debía ser fruto, sin las cortezas que después de la caída lo recubrieron.

Evidentemente se trataba de un árbol extraordinario que al principio de los tiempos fue plantado en su tierra por el propio Santo, bendito sea, para el deleite de los humanos. De él todo dependía y todo procedía como aparece escrito en el Sefer ha-Bahir, 22:  “Yo soy aquél que he plantado este árbol para que todo el mundo se deleite en él y con él, he curvado el universo y he denominado su nombre Col (‘todo’); porque de él depende todo y todo procede de él, y todo está necesitado de él. “

La descripción que de este árbol se hace en el Sefer ha-Bahir concuerda con la que aparece en otro apartado de la misma obra (102) para describir al hombre justo de la tradición judía. Por y para él, el mundo ha sido creado y solo subsiste gracias a él:  «Una columna se eleva de la tierra al cielo y su nombre es tzadik (el justo). Si hay justos en la tierra, ésta se fortifica, si no, se debilita y el mundo no puede subsistir. Sobre él se apoya el mundo entero, de ahí que se diga: el justo es el fundamento del mundo (Proverbios 10, 25). »

En el Sefer ha-Zohar  (t. I, pp. 82a-82b) se comenta este versículo de Proverbios y se afirma lo mismo respecto al justo, al tiempo que se le compara con el árbol: “Rabí Itzhak abrió y dijo: Está escrito: Florecerá el justo como una palmera, crecerá como el cedro del Líbano. (Salmos 92, 13) Ya que de la misma manera que el cedro del Líbano se eleva por encima de los otros árboles y estos se encuentran por debajo de él, así el justo se eleva por encima de los otros hombres y éstos están bajo su protección. El mundo subsiste por el mérito de un solo justo, tal como está escrito. El justo es el fundamento del mundo. (Proverbios 10, 25).”

Ya que de la misma manera que el cedro del Líbano se eleva por encima de los otros árboles y estos se encuentran por debajo de él, así el justo se eleva por encima de los otros hombres…

El justo de la tradición hebrea sobre quien el mundo se sustenta y que se compara a un árbol del que todo depende, no es otro que el Mesías, pues, antes que cualquier otra cosa, Dios creó el árbol mesiánico. Y no se trata de una afirmación gratuita pues en Zacarías 3, 8, por ejemplo, se habla de la venida de un hombre llamado “germen”: He aquí que yo voy a traer a mi siervo `germen’, que en la versión griega se traduce por “sol naciente”. La palabra hebrea utilizada es zama, que también quiere decir “brote verde” y que se emplea para referirse al Mesías que ha de surgir de la casa de David. Por otro lado, en otro versículo, se insiste en la venida de “germen”: He aquí un hombre cuyo nombre es ‘Germen’ y de debajo de él germinará y se construirá el templo. (Zacarías 6, 12). Hay que añadir que el verbo zama significa “crecer”, “germinar” pero también “lucir”, “brillar”, de modo que podría decirse que este germen es también la palabra mesiánica, aquella que: es luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. (Juan 1, 9).

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Sin embargo y como hemos visto, el Árbol de vida, que fue creado al principio para iluminar a todo hombre que viniera a este mundo, necesitaba de una tierra, la del jardín del Edén, y de la lluvia de los cielos, o la bendición, para crecer, tal como se explica al principio del capítulo 13 del Midrach Rabá: “Y ningún matorral estaba todavía sobre la tierra (Génesis 2, 5) y se compara con: Y Adonai Elohim había hecho crecer a todos los árboles (Génesis 2, 9) Dijo rabí Hanina: El segundo versículo se refiere al jardín del Edén y el primero al mundo habitado. Según rabí Haia, tanto el uno como el otro no han producido las plantas hasta la caída de la lluvia”.

El Árbol de vida, que fue creado al principio para iluminar a todo hombre que viniera a este mundo, necesitaba de una tierra, la del jardín del Edén, y de la lluvia de los cielos, o la bendición, para crecer

Esta agua especial de la que se habla en el Midrach Rabá es imprescindible para que tanto el árbol como el hombre, es decir, la semilla mesiánica,  germinen. Cuando el hombre fue privado del Jardín y su luz se apagó cubriéndose de cortezas, también el árbol se quedó sin su tierra y sin su agua, convirtiéndose entonces en un árbol seco. Por eso, ambos necesitan de la lluvia de los cielos –que es la bendición– para germinar y reverdecer de nuevo. Pero, ¿cómo hacer para que caiga esta lluvia benéfica de los cielos? En el Sefer ha-Zohar (t. XVI, p. 200a) se explica que la única manera de de conseguir esta agua es mediante el estudio de la Torá: “¿Por qué se relaciona: Y será como un árbol (Salmos 1, 2-3) con quien se dedica a la Torá? Y se responde. El que se dedica a la Torá día y noche no será como un árbol seco sino como un árbol plantado cerca de una corriente de agua”.

De ello es fácil deducir que el agua que necesitan tanto el árbol como el justo es naturalmente la Sabiduría, como aparece escrito en el apartado 119 del Sefer haBahir: “¿Y qué es este árbol del que has hablado? Él le dijo: Todas las fuerzas de Dios se hallan superpuestas unas a otras, y se asemejan a un árbol; así como el árbol produce sus frutos a causa del agua, igualmente Dios hace crecer las fuerzas del árbol por medio del agua. Y ¿qué es el agua del Santo, bendito sea? Es Hokmah (la Sabiduría) y eso son las almas de los justos que vuelan desde la fuente al gran canal que asciende y se queda adherido al árbol…”.

Existe otro árbol importante en la tradición de la cábala, se trata del árbol sefirótico o el árbol de las sefirot, compuesto por una serie de atributos de la divinidad, diez en total, uno de los cuales, situado en el origen de todos los demás es precisamente Hokmah, la Sabiduría, que debe fluir por los canales que unen todo el conjunto de las sefirot. Scholem en su obra Las grandes tendencias de la mística judía, describe este árbol como un organismo místico en el que los atributos de Dios se hallan representados y añade que todas las cosas existen sólo por el poder de las sefirot. Se trata de un árbol invertido cuyas raíces están en el Ein Sof, es decir, aquel aspecto de la divinidad que no se conoce ni puede ser definido, y se extienden hasta Malcut, o el reino, el lugar donde estos atributos divinos se manifiestan. Por este árbol todas las fuerzas de la creación descienden y ascienden en un movimiento continuo y vivificante.

Existe otro árbol importante en la tradición de la cábala, se trata del árbol sefirótico o el árbol de las sefirot, compuesto por una serie de atributos de la divinidad

Para terminar, quisiéramos presentar unos fragmentos que pertenecen a dos obras fundamentales del pensamiento cabalístico, el primero procede de los Pirqué de rabí Elietzer y los siguientes del ya conocido Bahir, una obra maestra junto con el Sefer ha-Zohar de esta tradición. A partir de ellos puede concluirse que si el árbol del que se habla en las Escrituras, a pesar de que se describa de maneras distintas, aparece siempre tan estrechamente relacionado con el hombre es porque, justamente, ha de germinar en su interior.

Encontrarlo es encontrar la verdadera Torá, es decir, encontrar el espíritu vivo y vivificante de las Escrituras, la Hokmah, y no la letra muerta, que es imprescindible pero que no es más que su corteza exterior. Por eso, en el capítulo XXI de los Pirqué, se dice lo siguiente: “Del fruto del árbol que está en medio del jardín. (Génesis 3, 3). Se enseña: Dijo rabí Zeirá: Del fruto del árbol, este árbol no es sino el hombre que está comparado a un árbol, ya que ha sido dicho: Pues el hombre es el árbol del campo (Deuteronomio 20, 19), que está en medio (en el interiordel jardín, eso es un eufemismo de ‘lo que está en el interior del cuerpo’”.

También en el apartado 98 del Bahir se señala el lugar exacto dónde se encuentra este árbol plantado por el Santo, bendito sea, en medio del campo o del jardín. Se trata de un comentario al versículo 40 del capítulo 23 del Levítico que dice: Y tomaréis el primer día ramas con el fruto del árbol hermoso: “Al igual que la palmera está rodeada de ramas y en su centro está el lulab -con otra pronunciación: lo leb, es decir, ‘en él, el corazón’-, así Israel ha tomado el cuerpo de este árbol que es su corazón. Simboliza la columna vertebral del hombre que es la parte esencial del cuerpo humano”.

Y un poco más adelante, en el apartado 176, se añade: “¿A qué corresponde el lulab? Corresponde a la columna vertebral”.

¿A qué corresponde el lulab? Corresponde a la columna vertebral

Cuando Chagall se instaló definitivamente en París, en 1922, se sintió mucho más libre en su expresión y quizá por eso pintó árboles que podrían incluirse dentro de la imaginería cristiana, pero que igualmente transpiran una espiritualidad, ligada al misterio cabalístico, en la  que aparecen unidos el árbol y el hombre.

En relación al cristianismo, hay que decir que la iglesia primitiva intentó eliminar las prácticas panteístas relacionadas con el árbol que todavía pervivían, pero ante la imposibilidad de lograrlo adaptó las antiguas creencias a la nueva fe. Así, como explica Gubernatis, el culto del árbol se convirtió en el culto a la cruz, cuya madera, según la Leyenda Áurea de Jacobo de la Voragine, procedería del mismo árbol del Paraíso. En dicha Leyenda se dice que la cruz se habría levantado sobre el sepulcro de Adán, de modo que gracias a la sangre que brotó de las heridas del Salvador, Adán habría sido redimido y, con él, toda la humanidad.

La historia que cuenta de la Voragine sobre el origen de la madera de la cruz es muy hermosa y,  aunque se conocen múltiples versiones, en todas ellas aparece la relación del árbol del Paraíso con la cruz del Salvador. ­­Comienza con el viaje de Set al Paraíso para obtener el oleo de la misericordia para su padre Adán, que está moribundo. Allí es recibido por un ángel que le da unas semillas y a través de la entrada contempla tres visiones: un árbol seco, origen de cuatro ríos, una serpiente enroscada en su tronco y el mismo árbol verde con un niño recién nacido, cuyas raíces se hunden hasta el infierno.  Set regresa junto a su padre pero no llega a tiempo de encontrarlo con vida. Entonces siembra las semillas bajo la lengua de su padre muerto. Del cadáver nacen tres tallos que se convertirán en el árbol del que se tallará la cruz del Redentor.

La hermosa historia que cuenta de la Voragine sobre el origen de la madera de la cruz

La idea de identificar el Árbol del bien y del mal con el Árbol de la cruz de la redención es muy antigua pues san Ireneo, en el siglo II, ya explicó que la perdición del hombre vino por el Árbol del paraíso y su salvación por la madera del Santo leño, es decir, que aquello que originó la caída del hombre, eso mismo, convertido o santificado, es también la causa de sus salvación.

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Otro árbol mítico que aparece en las obras de Chagall es el árbol de Jesé, que representa, entre otras cosas, la genealogía de Cristo. Su origen se halla en un versículo de Isaías que anuncia lo siguiente: “Saldrá un vástago del tronco de Isaí  (Jesé), y un retoño de sus raíces brotará, y reposará el espíritu del Señor, espíritu de sabiduría (Hokmah) y de intelecto (Binah). (Isaías 11, 1). Al vástago, san Jerónimo lo tradujo por vara, virga, una palabra muy semejante a virgen, virgo, por lo que en algunas representaciones en vez de la genealogía de Cristo aparece la Virgen como un árbol con su retoño, que es Jesús. A partir de esta relación, un poco forzada, pero que encierra una profunda enseñanza, se entiende que se haya identificado el Árbol de Jesé con el símbolo de la generación pura y santa, que es la Virgen, en oposición a la generación del hombre caído. Este árbol es santo porque su semilla también lo es, como aparece en la primera epístola de Pedro, por ejemplo: “Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios, que vive y permanece para siempre.” (1, 23)

Se ha identificado el Árbol de Jesé con el símbolo de la generación pura y santa, que es la Virgen, en oposición a la generación del hombre caído.

Según Orígenes en su comentario a la Epístola a los Romanos 6, 5, el árbol sería el mismo Cristo, el Mesías de la tradición hebrea, en quien debemos ser injertados “por un nuevo y admirable don” para resucitar con él. Se trata de un árbol que posee las mismas virtudes que la tradición judía otorgó al Justo, es decir, él es el centro de todas las cosas y su lugar de reposo. Eso es lo que se desprende  de las palabras de Hipólito, obispo de Roma en el siglo tercero, en uno de sus sermones de Pascua: “Este árbol, tan vasto como los cielos, ha crecido desde la tierra al cielo. De especie inmortal se alza entre el cielo y la tierra. Es el centro de todas las cosas y su lugar de reposo es el fundamento del globo terrestre, el centro del cosmos. En él, todos los diversos aspectos de nuestra naturaleza humana se funden en la unidad. Está firmemente sujetado por los clavos invisibles del espíritu, de manera que nada puede arrancarlo a lo divino, tocando a las más altas cumbres del cielo, tiene el pie sólidamente anclado en la tierra y abraza con sus brazos innumerables todo el espacio intermedio”.[3]

Decir que los árboles de Chagall conmueven al espectador por su simbolismo axial que rememora la unión del cielo y la tierra,  como aparece reflejado en esta última cita, sería cierto, pero decir que lo conmueven y trastornan porque le susurran el misterio más íntimo y sublime del hombre, lo sería aún más.

 


[1] Citado por L. Duch, Un extraño en nuestra casa, Herder, Barcelona, 2007, p. 194.

[2] Cf. G. Sholem, La cábala y su simbolismo, Siglo XXI, Madrid, 1979, pp. 49-51

[3] Citado por M. Creus, “Quien a buen árbol se arrima buena sombra le cobija” in http://www.lapuertaonline.es/ar62.html