Reflexiones visuales sobre la Cábala a partir de imágenes tradicionales y modernas. Raimon Arola

Introducción

La cábala se refiere a un sistema exegético judío. Sin embargo dicho concepto puede aplicarse a algo más universal y que concierne al núcleo de todas las tradiciones. La palabra “cábala” proviene de una forma intensiva de un verbo hebreo que significa “recibir”, posee el mismo sentido que la palabra tradición, del latín tradere: “transmitir de mano a mano”. Los cabalistas son aquellos a quien se les ha transmitido algo, los que han recibido el don de la cábala, o según dicen los mismos cabalistas, “han recibido el don de la Torá”, que es el espíritu que anima la letra. Este don comporta una revelación que tiene como objeto el hombre. Pero no el hombre exterior y carnal, al que la escritura llama Esaú, sino Jacob, el hombre purificado. Por eso, en la imagen se compara el cuerpo de un hombre con el atanor alquímico donde se efectúa la purificación. Imagen: Tobías Cohn, “Maaseh Tobiyyah”, 1707.

 

1 de 12: Moisés en el Sinaí

Para definir el don que han recibido, los doctores de la cábala citan un fragmento de la Mishnah, la parte más antigua del Talmud, que dice lo siguiente: “Moisés recibió la Torá del Sinaí. Luego la transmitió a Josué, y Josué a los ancianos; los ancianos, a los profetas, y los profetas la transmitieron a los hombres de la Gran Asamblea”. En el texto queda claro que lo que recibió Moisés fue la Torá, es decir la Ley. Pero aquí habría que distinguir entre dos aspectos de la tradición judía: la Torá oral (el espíritu) y la Torá escrita (la letra), aunque una no pueda ir sin la otra. La primera se refiere a una instrucción viva y vivificante descendida del cielo y eso es lo que aparece en la imagen de Moisés recibiendo la Torá al tiempo que, desde un cuerno que surge del cielo, fluye la bendición. Imagen: Reproducción de una Hagadah, España, s. XIII.

 

2 de 12 : Las letras sagradas

Para comprender el sentido de las dos Torá, la escrita y la oral, es necesario saber que el alfabeto hebreo está compuesto únicamente por consonantes y el lector vocalizaba el texto de forma instintiva, sabiendo por su conocimiento de la lengua cómo tenía que leer cada palabra escrita sólo con las consonantes. Después se unificó la vocalización y se colocaron los puntos en las letras pero, según cuenta la tradición, ésta sería una vocalización para el exilio, pues cuando venga el Mesías habrá otras vocales y el sentido del texto será totalmente distinto. Por eso las letras hebras son como jeroglíficos, grafías sagradas, que nos hablan de una realidad separada del mundo profano.

3 de 12: El incognoscible  

El incognoscible, el origen de todo, no puede definirse, la tradición judaica lo denomina Ein sof, sin límites, negación que excluye toda definición y que conviene perfectamente a aquello de lo que se trata, pues no se le puede conocer ni limitar. No es pues objeto de revelación. Pero el Ein sof, se piensa a si mismo, o mejor dicho, se sueña y este sueño sería la primera de sus emanaciones. En un lenguaje empleado por la cábala, a cada una de estas emanaciones se las llama sefirah. La primera de ellas se representa como un punto luminoso rasgando la noche incognoscible que en el relato del Génesis aparece bajo los nombres de «tohu vabohu». Imagen: Lucio Fontana, “Concetto Spaziale”, 1959.

4 de 12: El espejo de las causas universales

Una representación del vacío original, o tohu vabohu, es la que aparece en la imagen de Robert Fludd que lleva por título Causarum Universalium Speculum. En dicha imagen aparece la gran noche universal de la que surgirán la luz y todas sus producciones, pues es en la oscuridad sin nombre que se origina la luz que ilumina la creación. Imagen: Robert Fludd, “Medicina catholica”, Francfort, 1629-1631.

 

5 de 12: El sueño de Jacob  

Uno de los temas fundamentales de la cábala es el que se refiere a la visión de la escalera que une la tierra con el cielo. Cuando Jacob despertó de su sueño, exclamó respecto al lugar donde se hallaba: “Ciertamente está IHVH en este lugar y yo no lo sabía. Temió y dijo: ¡qué terrible es este lugar! No es sino la casa de Dios y es también la puerta de los cielos”. Este versículo introduce un concepto opuesto al Ein sof del que antes se ha hablado, se trata del makom o lugar de Dios y en la Hagadah de Pascua está escrito lo siguiente acerca de este misterio: “puesto que no podemos alcanzar el Ein sof del Santo, bendito sea, Él ha hecho un lugar que es llamado con un nombre que evoca la idea de límite, y ahí está la existencia del Santo, bendito sea. La vía del lugar es llamada salida de Egipto en verdad”. Imagen: Marc Chagall, “El sueño de Jacob”, 1945.

 

6 de 12: Las sefirot

El hombre no puede conocer el Ein sof más que por sus emanaciones. Como hemos dicho, a cada una de ella se le ha dado el nombre de sefirah. Existen diez sefirot que se ordenan siguiendo un esquema llamado “árbol sefirótico”. Cada sefirah está enlazada con las demás mediante unos hilos o canales que van de la más sutil, Keter, la corona, a la más concreta, Malkut, el reino. En los árboles sefiróticos que aparecen en la imagen, las sefirot aparecen ordenadas en tres columnas verticales, la de la izquierda expresa el rigor, la de la derecha, la misericordia, y la del centro, la justicia. Ésta es la más larga, pues une la corona con el reino, como la escala de Jacob unía lo más alto con lo más bajo. Imagen: Esquemas de dos árboles sefiróticos de la escuela de Luria, Ámsterdam, 1708

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7 de 12: El fluir de los mundos

Mandala tántrico en el que aparecen representadas de otro modo las cualidades o emanaciones que ascienden y descienden, uniendo el cielo con la tierra. Antes se ha aludido al makom, el lugar, esta palabra proviene de un verbo que significa “levantarse”, “enderezarse”. Mientras el hombre permanece separado del cielo, se arrastra como una serpiente sobre la tierra, pero cuando, como Jacob, descubre el lugar donde se levanta la escalera por donde ascienden y descienden los ángeles, se endereza y con su cabeza alcanza los cielos. Imagen: Aguada de la India occidental, c. 1700.

8 de 12: El lugar más secreto

Según las Escrituras, el lugar donde se apoyaba la escalera de Jacob, se llamaba Lutz. Se trata de un lugar terrible, hundido en lo más bajo, donde, según los cabalistas, “se fabrica el tekelet”, una tintura azul que se usa para teñir los flecos de su chal de plegaria. Este lugar es el que parece representar Rembrandt. En un versículo de Números se alude al sentido de estos flecos relacionándolos con el recuerdo que el hombre debe guardar de los mandamientos. El gran cabalista gerundense Najmánides comenta este versículo diciendo: “¿Por qué habría de pedirme el Misericordioso que cumpla los mandamientos? Aquel que sólo tiene una parte no puede hablar de alianza, pero el recuerdo esta en el hilo azul que alude a la medida que lo incluye todo” Así el tekelet que se tiñe en la parte más baja de la escalera es como un hilo que hay que coger por los dos extremos para que lo “incluya todo”. Imagen: Rembrandt, “Filósofo en meditación”, 1632.

 

9 de 12: El hombre primordial

La historia del hombre primordial y la del templo de Jerusalén son muy semejantes: Adán, el primer hombre disfrutaba del Jardín del Edén hasta que fue expulsado de él y enviado al exilio, tras muchos sufrimientos, Dios se compadeció de él y le dio la Torá para que pudiera volver a su lugar de origen. Igualmente el templo de Jerusalén fue construido en la gloria, más tarde fue devastado y, por fin, nuevamente reconstruido. Estos dos ejemplos aluden al drama que ha vivido la humanidad a lo largo de los siglos. Imagen: El hombre y las diez sefirot. Maqueta que reproduce el Templo de Salomón.

 

10 de 12: El mundo arquetípico

En esta representación del árbol sefirótico, aparecen dibujados unos elementos propios de la tradición judía, abajo, en el “mundo elemental”, se hallan dos aras o altares de sacrificio, un poco más arriba se encuentran la mesa de los panes de preposición y el candelabro de siete brazos, asociados a los 365 preceptos negativos y a los 248 positivos, respectivamente, es decir, al rigor y a la misericordia. Sigue la imagen doble de unas tablas de la Ley, aludiendo a las dos Torá, la escrita y la oral que deben ir juntas. Por último, en lo más alto, o “mundo arquetípico” se encuentran una pareja de querubines. Así mismo cada uno de los canales que comunican las sefirot entre sí está denominado por una letra del alfabeto, mostrando de este modo que el esquema de las sefirot es una manera de simbolizar la creación completa y perfecta. Imagen: Athanasius Kircher, “Oedipus aegyptiacus”, 1653.

 

11 de 12: Las raíces celestes

Al árbol sefirótico que aparece en este grabado se le ha dado la forma de una palmera invertida. Al contrario de lo que sucede en el mundo profano, este árbol ha hecho la «teshuvah», la conversión, del mundo exterior se ha girado hacia el mundo interior, por eso las raíces extraen su del cielo mientras que sus ramas dan el fruto en la tierra. En cada una de las sefirot aparece inscrito un nombre divino mientras que en el tronco están grabadas las cuatro letras del sagrado Tetragrama, IHVH. Imagen: Robert Fludd, “Utriusque cosmi Historia”, Oppenheim 1617-19.

 

12 de 12: El Nombre

Imagen que reproduce el Nombre de Dios, el Tetragrama, y que alude a uno de los misterios más profundos de la cábala: el misterio de la reunificación del Nombre. Según los comentaristas de las Escrituras, el Nombre de Dios se separó como consecuencia de la caída del primer hombre, quien se llevó, enterrado dentro de sí, la dos letras finales, mientras las dos primeras permanecían en el cielo. La gran obra de la cábala consiste en la reunificación del Nombre de modo que Dios y su Nombre sean uno. Imagen: Las cuatro letras del Tetragrama en una “mizrah” o “menorah”. Irán, s. XIX.