Gracias a la labor de recopilación de Amadou Hampâté Bâ (1900-1991) se ha conservado mucha de la tradición oral del África occidental. Aquí presentamos una breve introducción a la mitología peul. Edición R. Arola y L. Vert

 

 

Amadou Hampâté Bâ

Originario de Mali, Amadou Hampâté Bâ (1900-1991) fue uno de los primeros intelectuales africanos que recogieron, transcribieron y dieron a conocer los tesoros de la tradición oral de este continente. En sus obras se hallan cantidad de cuentos, poemas, fábulas, mitos y leyendas del África occidental, que sin su obra quizá se hubieran perdido, pues como repetía él mismo: “En África, cuando muere un viejo, es como si se quemara una biblioteca”.

En África, cuando muere un viejo, es como si se quemara una biblioteca”. Amadou Hampâté Bâ

Presentamos como ejemplo su introducción a un gran relato iniciático peul conocido como Njeddo Dewal, «la madre de la calamidad», una historia que cuenta cómo surgió la desgracia y la calamidad entre los hombres, que con Kaïdara y el Brillo de la gran estrella, constituyen una trilogía mítica cuyos temas se complementan y que tienen en común algunos de los personajes. Como explica el propio Hampâté Bâ: “los tres son unos janti, es decir, unos relatos muy largos con personajes humanos o fantásticos, con una vocación didáctica o iniciática, a menudo, las dos a la vez”.

 

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Leyenda peul de la creación

«Oh mi hermano, aprende que cada símbolo tiene uno, dos, varios sentidos. Esas significaciones son diurnas o nocturnas. Las diurnas son fastas y las nocturnas nefastas».

 

«Antes de la creación del mundo, antes del comienzo de todas las cosas, no había nada, sino un Ser. Este Ser era un Vacío sin nombre y sin límite, pero era un Vacío vivo, que potencialmente incubaba en sí la suma de todas las existencias posibles.

Antes de la creación del mundo, antes del comienzo de todas las cosas, no había nada, sino un Ser.

El tiempo infinito, intemporal, era la residencia de este Ser-Uno. Se dotó de dos ojos. Los cerró y fue engendrada la noche. Los volvió a abrir y nació el día. La noche se encarnó en Lewru, «la Luna». El día se encarnó en Na’ngué, «el Sol». El Sol se casó con la Luna y procrearon a Dumunna, «el Tiempo temporal divino». Dumunna le preguntó al Tiempo infinito con qué nombre quería que lo invocara. Éste respondió “Llámame Gueno, el Eterno”.

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Gueno quería ser conocido. Quería tener un interlocutor. Entonces creó un Huevo maravilloso con nueve divisiones, e introdujo en ellas los nueve estados fundamentales de la existencia.

Después confió el Huevo al Tiempo temporal Dumunna: “Incúbalo con paciencia, le dijo, y de él saldrá lo que saldrá”. Dumunna incubó el Huevo maravilloso y lo llamó Botchio’ndé.  Cuando el Huevo cósmico se abrió, nacieron veinte seres fabulosos que constituyeron la totalidad del universo visible e invisible, la totalidad de las fuerzas existentes y de todos los conocimientos posibles.

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Pero, desgraciadamente, ninguna de estas veinte criaturas fabulosas se reveló apta para convertirse en el interlocutor que Guéno había deseado para Sí mismo. Entonces, tomó una parte de cada una de las veinte criaturas existentes. Las mezcló y luego, al insuflar en esta mezcla una chispa de su propio aliento ígneo, creó un nuevo ser: Neddo, el Hombre…

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Síntesis de todos los elementos del universo, los superiores y los inferiores, receptáculo por excelencia de la Fuerza suprema, al tiempo que la confluencia de todas las fuerzas existentes, buenas o malas, Neddo, el Hombre primordial, recibió como herencia una parte de la potencia creadora divina, el don del Espíritu y de la Palabra

Neddo, el Hombre primordial, recibió como herencia una parte de la potencia creadora divina, el don del Espíritu y de la Palabra

Guéno enseñó a Neddo, su interlocutor, las leyes según las cuales todos los elementos del cosmos fueron formados y continúan existiendo. Lo instauró como Guardián y Administrador de su universo y le encargó que mantuviera la armonía universal. Éste es el motivo por el cual es duro ser Neddo.

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Iniciado por su creador, más tarde Neddo transmitió a su descendencia la suma de todos sus conocimientos. Este fue el comienzo de la gran cadena de transmisión iniciática oral. Neddo, el hombre primordial, engendró a Kîkala, el primer hombre terrestre, cuya esposa fue Nâgara.

Iniciado por su creador, más tarde Neddo transmitió a su descendencia la suma de todos sus conocimientos.

Kîkala engendró a Habana-koel: “Cada uno para sí mismo”. “Cada uno para sí mismo” engendró a Tcheli: “Bifurcación del camino”. “Bifurcación del camino” tuvo dos hijos: uno el “Hombre viejo” (Gorko-mawdo), que representaba la Vía del bien, el otro, la “Pequeña vieja canosa” (Dewel-Nayewel), representó la Vía del mal. De ellos surgieron dos posteridades contrarias: El “Hombre viejo” engendró a Njeddo-mawdo, el “Hombre digno de consideración”, que trajo al mundo a cuatro hijos: “Gran escucha”, “Gran visión”, “Gran elocuencia” y “Gran actuación”. Su hermana, la “Pequeña vieja canosa”, engendró también cuatro hijos: “Miseria”, “Mala suerte”, “Animosidad” y “Detestable”.

Como acabamos de ver, a partir de “Bifurcación del camino”, que sucedió a “Cada uno para sí mismo”, se configuran las dos vías del Bien y del Mal.

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Njeddo-Dewal es una encarnación legendaria peul de Dewek-Nayewel, la “Pequeña vieja canosa”. Su nacimiento sucede en un tiempo en el que los hombres olvidan sus deberes y el mundo deviene un caos. Entonces Guéno decide castigarlos con el nacimiento de Njeddo- Dewal, la madre de la calamidad, pero esto ya es otra historia.

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Texto de Amadou Hampâté Bâ in Contes Initiatiques Peuls.

Fotografías, Las razas humanas de Pedro Bosch-Gimfarre y otras fuentes.