Daisetsu Teitaro Suzuki en su libro “El Buda de la luz infinita. Las enseñanzas del budismo Shin”, cuenta una anécdota de un gran valor para quien comienza cualquier aventura del saber. Edición, Raimon Arola y Lluïsa Vert.

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Últimamente he estado leyendo a Meister Eckhart. En uno de sus sermones, cuando alguien le pregunta: «¿Qué es la vida eterna?», él responde de este modo: «¿Y por qué no preguntarle a la vida eterna misma, en vez de preguntarme a mí?». Si quie­res saber si puedes realizar la Budeidad, lo mejor es que le preguntes al Buda mismo. Ésta es la manera en la que Eckhart res­pondía.

Esto me recuerda a cierto seguidor laico del Shin que vivió en Japón hace algún tiempo. Aunque era un jornalero sin estudios, Shoma hacía gala de una maravillosa comprensión del Buddha-dharma. Es impresionante que una persona tan igno­rante pueda captar el más profundo de los significados, aquello que incluso agudos filósofos, eruditos y estudiosos no llegan a captar debido a que es demasiado profundo para su capacidad de entendimiento. Este hombre iletrado pero de gran devoción comprendía el budismo perfectamente, y era bien conocido en­tre sus vecinos por su hondísima intuición. De hecho, su «vecin­dario» se extendía muchos kilómetros más allá de su hogar, pues numerosas gentes de lejanas comarcas sabían de la compren­sión y devoción de Shoma; venían desde todos los lugares para pedirle consejo acerca de ser salvados, nacer en la Tierra Pura o entrar en contacto con Amida.

Esto me recuerda a cierto seguidor laico del Shin que vivió en Japón hace algún tiempo. Aunque era un jornalero sin estudios, Shoma hacía gala de una maravillosa comprensión del Buddha-dharma.

Un día, cierto hombre emprendió viaje desde un lejano lu­gar para venir a ver a Shoma. En aquellos días no había aviones ni trenes, por lo que tuvo que caminar varios cientos de kilóme­tros para poder visitarle. Cuando finalmente llegó al sitio donde estaba Shoma, lo encontró moliendo arroz afanosamente para ganarse el jornal de ese día. En tiempos antiguos —no tan anti­guos, puesto que aún me recuerdo moliendo el arroz yo mis­mo— el arroz había de ser refinado moliéndolo en un enorme mortero de madera. Es una labor más bien ardua, pero Shoma estaba absorto en ella cuando el fatigado viajero se le acercó y le dijo: «Os lo suplico, por merced, decidme ¿cómo puedo nacer en la Tierra Pura? ¿Cómo es que Amida será tan misericordio­so como para ocuparse de mí?».

Shoma no respondió, y simplemente siguió moliendo arroz sin prestar ninguna atención al visitante. Pero éste, que había venido de tan lejos, continuó preguntándole con fervor e insisten­cia. A pesar de ello, Shoma, obstinado, ni siquiera le miró. Cuan­do las personas que aquel día habían contratado a Shoma vieron esto, sintieron lástima por el visitante y rogaron a Shoma que no se mostrase tan desconsiderado e indiferente. Aun así, Shoma si­guió moliendo arroz. Ante esto, ellos tuvieron a bien invitar al vi­sitante a pasar a la casa y ofrecerle una taza de té.

Transcurrido un tiempo, el viajero, desilusionado y sin espe­ranza, exclamó tristemente: «He venido desde tan lejos… Sin em­bargo, si no puedo obtener respuesta acerca de Amida y su sal­vación, no puedo hacer otra cosa que irme de vuelta a mi pueblo». Se le veía completamente abatido. Entonces, cuando ya se disponía a marchar, Shoma habló y le dijo: «Si te encuen­tras en semejante estado de desesperación, te equivocas com­pletamente al venir a consultarme a mí acerca de estos temas. ¿Por qué no vas a preguntarle al mismísimo Amida-sama? Es él el que se encarga de estas cosas; no son en absoluto asunto mío». El viajero, conmovido en lo más profundo por este pensa­miento, partió de regreso.

¿Por qué no vas a preguntarle al mismísimo Amida-sama? Es él el que se encarga de estas cosas; no son en absoluto asunto mío.

Se suele citar a Voltaire como habiendo hecho una vez la si­guiente declaración: «Salvar a la gente es asunto divino; ésos son asuntos de Dios, y nosotros no tenemos nada que ver con ellos. Déjale esas cosas a Dios; nosotros no debemos preocuparnos por ellas; no debemos interferir en los asuntos de Dios». Si Vol­taire realmente dijo esto, entonces él fue alguien de gran talla espiritual, una persona iluminada como Shoma. Yo ignoro si Voltaire era una persona tan espiritual o no, ésa es otra cues­tión. Pero si tomamos estas palabras simplemente así, tal y co­mo son, Voltaire estaba muy en lo cierto, al igual que lo estaba Shoma.

Puede que sintáis que no tenemos nada que ver con Amida, que Amida es algo ajeno a nuestras vidas, un tipo de ser que a veces, o esporádicamente, o incluso de forma errática, aparece en nuestra vida —como dirían los cristianos— por «gracia divi­na». La gracia divina surge en nuestras vidas aleatoriamente, así que no podemos contar con ella todo el tiempo.

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