Presentación de la edición revisada y ampliada de “Alquimia y religión. Lo oculto en los siglos XVI y XVII” de Raimon Arola que acaba de publicar la editorial Siruela. La época que estudia Arola es clave poder distinguir lo oculto del ocultismo. L. Vert

.

INFORMACIÓN EDITORIAL

 

VIDEO INTRODUCTORIO

 

PRESENTACIÓN DE LLUÏSA VERT

Esta obra, según explica su autor, se gestó a partir del estudio de unos grabados alquímicos del s. XVII. En dichos grabados, o en su mayoría, aparecían connotaciones religiosas, quizá no muy evidentes, pero verdaderas que abrían la posibilidad de un diálogo entre la alquimia y la religión. Una reciprocidad simbólica entre ambas realidades que Raimon Arola se esfuerza en sacar a la luz y demostrar a partir de los textos clásicos de la alquimia y de los textos sagrados de Occidente. Con este diálogo, se consigue crear un espacio intelectual y espiritual muy poco estudiado [1], pero lleno de propuestas apasionantes. Se abre un modo de comprensión de la alquimia y también de la religión con nuevos argumentos que atañen no solo a la historia de la alquimia, sino que se inmiscuyen en la herencia más íntima y profunda de la humanidad.

Una reciprocidad simbólica entre la alquimia y la religión  que Raimon Arola se esfuerza en sacar a la luz y demostrar a partir de los textos clásicos de la alquimia y de los textos sagrados de Occidente.

En su introducción y después de justificar el motivo de centrar su estudio en los siglos XVI y XVII, la época en la que se produce el gran auge de la alquimia como forma de conocimiento con figuras como Paracelso o Thomas Vaughan, Arola sitúa este término, en la actualidad, cuando está totalmente desacreditado como ya afirmaba  Emmanuel d’Hooghvorst en su Ensayo sobre el arte de la alquimia, donde decía lo siguiente respecto al desconocimiento general y los prejuicios que existen en relación a esta ciencia: «Antaño era una locura para la mayoría de los hombres; en nuestros días es un absurdo. Esta ciencia ha caído en un descrédito tal, que casi todos ignoramos tanto su finalidad como sus medios». Y Arola añade lo siguiente en relación a la ignorancia actual respecto de este tema:

Es cierto que en la actualidad y en casi todos los campos del saber, la absurdidad de la alquimia es incuestionable. Tanto, que este nombre se utiliza comúnmente para designar unos aspectos derivados de su propio sentido original, como si se estuviera hablando de una magia, de una manera de denominar ciertos cambios o transformaciones que acontecen en el mundo o en la mente humana, pero que, sin embargo, poco tienen que ver con la alquimia tradicional. El sustantivo alquimia ha dejado paso al adjetivo alquímicamente, utilizado como sinónimo de una relación, un cambio o un proceso que se produce sin explicaciones aparentes. Mientras que el sustantivo alquimia se identifica generalmente con la labor de unos ignorantes o de unos locos que buscaban la transmutación de los metales, es decir la conversión de los metales viles en metales nobles, oro y plata.[2]

A partir de este inicio, no demasiado prometedor en relación a la importancia de la alquimia, Raimon Arola emprende la tarea de demostrar la indisoluble unión de la práctica alquímica de los antiguos filósofos con la vida espiritual de los primeros albores de la Edad Moderna. Algunos alquimistas como Paracelso y otros como él, protegidos en su anonimato por las sociedades secretas o por pseudónimos cuidadosamente buscados aprendieron y después enseñaron a quien quisiera escucharles el gran misterio de la alquimia que no es otro que el de la religión, es decir, la corporificación del espíritu y la espiritualización de la materia.

Los alquimistas aprendieron y después enseñaron a quien quisiera escucharles el gran misterio de la alquimia que no es otro que el de la religión, es decir, la corporificación del espíritu y la espiritualización de la materia.

Para los sabios del XVI y el XVII, esta hipostasis debía sustentar el misterio de la encarnación divina y no reducirse a una idea insustancial. Y así, la Encarnación de una persona divina se convierte en una realidad que vincula el misterio cristiano con lo que representa la Piedra Filosofal en la alquimia, es decir, la coincidencia de los opuestos en una realidad sensible. Sin embargo, esta coincidencia de opuestos, según Mark Taylor, se complica si ambos opuestos no son implícitamente idénticos, lo que, en el caso del ser humano y Dios, da lugar a la absoluta paradoja como señala el propio Taylor, citando a Kierkegard, que supone la Encarnación.

De este modo nos introducimos en los misterios que sobrepasan la definición ya obsoleta de la alquimia medieval y moderna como una pre-química, y que tampoco se limitan a su aspecto solamente espiritual como sucede en la actualidad, cuando cualquier transformación o proceso psíquico se califica de metamorfosis alquímica.

El pensamiento del autor nos lleva a introducirnos en estos misterios que sobrepasan la definición ya obsoleta de la alquimia medieval y moderna como una pre-química, y que tampoco se limitan a su aspecto solamente espiritual

Raimon Arola anima al lector a profundizar en el simbolismo de los textos y los grabados alquímicos, a leer una y otra vez las obras de los antiguos alquimistas y  comparar sus palabras con las escrituras sagradas de las tres tradiciones del Libro, porque es precisamente a través de los textos revelados cómo puede obtenerse la luz para penetrar en los oscuros tratados alquímicos y en cierto modo también al revés, pues es a partir de los textos alquímicos cuando puede profundizarse en el misterio de la Encarnación.

En el libro, después de sentar las bases de lo que entiende por alquimia, analizar el valor del símbolo y poner en relieve la importancia de los tratados alquímicos del s. XVII, el autor empieza su itinerario simbólico por el simbolismo de mercurio, el lugar del símbolo y el significado de lo fijo y lo volátil. Después se adentra en los símbolos cristianos, la visión de la tierra como un ángel o la experiencia de lo santo. Un capítulo extraordinario del libro es el dedicado al famoso espejo mágico que aparece tanto en la visión de Ezequiel, como en la mitología y en los tratados alquímicos y en el que el sabio que lo contempla puede ver todo lo que desea su corazón. El viaje concluye con la indagación sobre el querer del cielo o la voluntad de Dios, como se dice en el Padrenuestro cristiano, y que no es otra que encarnarse en un cuerpo puro, es decir, virginal.

Es pureza virginal es la puerta que nos lleva a lo que Arola denomina lo oculto. Aquello separado, lo santo, que no aparece a los ojos del mundo profano, y que constituye el misterio que  es la base de las tradiciones. A este conocimiento, Henricus Cornelius Agrippa, otro gran sabio de la época, un poco anterior a Paracelso, le dio el nombre de la Filosofía oculta, y en ella intentó reunir la antigua magia, la cábala judía, los mitos mistéricos o la teología islámica o cristiana del medioevo para refrendar la verdad de la Encarnación, porque lo verdaderamente oculto, como explica Agrippa, no está en las cadenas de correspondencias ni en los secretos naturales que poseían los magos o los alquimistas vulgares, sino que para Agrippa, conocedor de todos estos secretos, como lo demuestra en su De occulta philosophia, lo realmente oculto, el secreto verdadero reside en la Encarnación de Jesucristo en una virgen, es decir, en la unión entre el ser humano, puro, y la divinidad.

Lo realmente oculto, el secreto verdadero reside en la Encarnación de Jesucristo en una virgen, es decir, en la unión entre el ser humano, puro, y la divinidad.

Es necesario recordar también, como hace Arola en su obra, que la alquimia, tal y como la entendieron los sabios sólo puede ser comprendida gracias a un don de Dios, la bendición o la visita de un ángel, como se explica, por ejemplo, en las Bodas químicas de Christian Rosenkreutz, el fundador de la orden de la Rosacruz. Sin poseer ese don, la visión del mundo purificado, los textos resultan oscuros e incomprensibles, pues la naturaleza se oculta a propósito y su manifestación deviene un milagro. Por eso, la reflexión acerca de los antiguos enigmas conduce a Arola a una cita de Jean d’Espagnet donde se lee una frase imprescindible si se desea abordar el simbolismo alquímico y que constituye la razón de este ensayo. El fragmento dice así:

Los filósofos se expresan más libremente y más significativamente por medio de caracteres y figuras enigmáticas [typis et figuris aenigmaticis], como por un discurso mudo, que por medio de palabras. Tales son, por ejemplo, la tabla de Senior Zadith; las pinturas alegóricas del Rosarium philosophorum y las de Abraham el judío, recogidas por Flamel, y las figuras del mismo Flamel; y entre las obras modernas los emblemas secretos del muy docto Michael Maier, donde se descubre un número tan abundante de misterios que la antigua verdad, que se había alejado a lo largo de los años, se restituye ante nuestros ojos como por medio de unas lentes nuevas que la vuelven cercana y eminentemente visible.

Sin poseer ese don, la visión del mundo purificado, los textos resultan oscuros e incomprensibles, pues la naturaleza se oculta a propósito y su manifestación deviene un milagro

Después de leer Alquimia y religión, estamos convencidos del valor de las enseñanzas de los antiguos alquimistas que deberían ser tenidas en cuenta por los pensadores que postulan la unidad de las religiones, pues sus propuestas establecen registros y modos del ser humano que han sido olvidados o marginados en campos disciplinarios ajenos a la vida del espíritu y que en la actualidad resultan absolutamente sugerentes.

SELECCIÓN DE IMÁGENES

[1] La escuela de Ámsterdam, con Faivre i Hanegraaff a la cabeza, se ha dado perfecta cuenta de esta relación y la ha estudiado en profundidad, como se explica en los últimos capítulos de este libro.

[2] R, Arola, Alquimia y religión, lo oculto en los siglos XVI y XVII, Siruela, Madrid, 2021, p, 17.

RESEÑA DE LIBROS DE CÍBOLA; VER

.