Reflexiones de Raimon Arola a partir de la visita a la exposición, «Icones de l’art gràfic contemporani internacional” en el “Museu d’Arquitectura i Urbanisme” de Almacelles.

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Almacelles es un pueblo de la provincia de Lleida, casi en el límite con Aragón; en él viven unas 6.000 almas y tiene un museo: el Museu d’Arquitectura i Urbanisme “Josep Mas Dordal”, que ha abierto sus puertas hace poco. Es precisamente en este espacio donde hasta finales de mayo puede visitarse una magnífica exposición de grabados seleccionados pertenecientes a la “Col.lecció Arnó – Vila”. La muestra es completa: desde Metzinger a Barceló, de Picasso a Vasareli, pasando por Ernst, Chirico, Tàpies, Francis, Miró, Matta y un largo etcétera. Sorprende ver en esta pequeña villa agrícola, obras gráficas originales de los grandes artistas del siglo XX pero es que, además, –y eso es el motivo de la presente reflexión– su visita permite percibir una unidad espiritual en las distintas tendencias y en los distintos artistas que conformaron el arte del siglo pasado, que quizá en museos más especializados pasa desapercibida.

Los grabados de esta exposición danzan ordenadamente ante los ojos incrédulos del espectador. En este museo, más etnológico que vanguardista, los organizadores han sabido crear un aura, como diría Walter Benjamín, que envuelve las piezas en un todo. Los círculos de Miró, Jorn, Appel o Francis, descubren y son atraídos por la geometría de Vasareli, Cruz-Diez o Agam. Los rostros enigmáticos de Chirico, Vilató o Warhol se complementan con los trazos picasianos, con la serenidad de las líneas de Ernst o con la voluptuosidad cromática de Zao Wou Ki, el movimiento de Vieira da Silva o de Barceló se sorprende y se encuentra en la pintura de Tapies…

Por un instante, al contemplarlos, me pareció que la ardua búsqueda de los artistas de las vanguardias no había sido inútil, más bien al contrario, pues consiguieron el fin que habían pretendido: sus formas y sus colores, en el conjunto armónico de diferencias que aparece expuesto en las paredes del Museo, expresan los estados más potentes del alma. Una sensación potente que apareció en el primer instante de la visita y que todavía me acompaña. Creo que ya no es válido ver el arte del siglo XX como un legado estético en el que el orden y los valores se justifican por un afán de novedad continua. Las vanguardias respondían a otro impulso. Y es ahora, a partir de una más amplia perspectiva, cuando podemos darnos cuenta y preguntarnos cuál era ese impulso.

De un modo más o menos consciente, los artistas que han indagado en las cuestiones formales y expresivas, han necesitado también manifestar distintos “instantes de su espíritu”. Durante mucho tiempo, estos instantes han permanecido ocultos tras la crítica artística, a partir de las diferencias entre los creadores y los estilos, pero cuando se contemplan las obras como una unidad, eliminando etiquetas y firmas, aparecen las imágenes como si fueran ángeles. Me explico, como aquello que se entendió por ángel en la Edad Media y que sirvió para explicar los matices y cambios de la realidad interior del ser humano, puesto que cada instante del espíritu del hombre, el microcosmos, se identificaba con un ángel, que, a su vez, representaba una realidad del macrocosmos. Evidentemente eso ocurría antes de que Copérnico demostrara que la tierra no era el centro del universo.

El filosofo e islamista Herny Corbin comentó que la revolución astronómica que se dedujo de la teoría de Copérnico supuso, inevitablemente, una revolución teológica. Un cambio de concepción del mundo que incidió mucho más en los matices de la vida espiritual e interior del ser humano, que en las concepciones doctrinales cristianas o musulmanas. Las correspondencias entre los ángeles y el alma humana se rompieron, puesto que la angelología, entendida en palabras de Corbin, como la doctrina de la Inteligencia agente iluminadora de las almas humanas desaparecía a partir de las aportaciones de Copérnico. Por eso, continuaba el pensador francés: “La teología iba a combatir todo emanatismo, reivindicando el acto creador como una prerrogativa exclusiva de Dios, poniendo fin al soliloquio del alma humana con el Ángel Inteligencia agente. Ahora bien, toda la cosmología era indisociable de la angelología. Rechazar ésta era sacudir las bases de aquélla. Y esto era lo que mejor se acomodaba a los intereses de la revolución copernicana. Se asiste pues a una alianza de la teología cristiana y la ciencia positiva con vistas a aniquilar las prerrogativas del Ángel y del mundo del Ángel en la demiurgía del cosmos. A partir de ahí, el mundo angélico ya no será necesario con necesidad metafísica; será como un lujo en la Creación, con una existencia más o menos probable” [Avicena y el relato visionario, Paidós, Barcelona 1995, p. 112].

El hombre ocupa un nuevo lugar en el cosmos y, aparentemente, pierde las alianzas que mantenía con él. Los cielos van despoblándose de presencias angélicas y la tierra ya no es el lugar bajo el cielo, sino una parte de él. Entonces, se pregunta Corbin, ¿quién se interesará por la vida del espíritu? La respuesta es compleja, el mismo Corbin señaló las doctrinas esotéricas islámicas como paradigma de la continuidad de la angelología. Pero lo que aquí nos interesaría resaltar es que los artistas, desde la época de Copérnico hasta nuestros días, han querido reunir de modo más o menos consciente la belleza con los instantes de su espíritu e, inevitablemente, con los antiguos ángeles.

Desde esta perspectiva, las imágenes del arte del siglo serían el ornamento de la Creación. El ornamento que aparece en una traducción del Génesis de Moisés hecha en 1569: “Y fueron acabados los cielos y la tierra, y todo su ornamento”.

Este ornamento, que nada tiene que ver con decoración, describe la intimidad de espíritu humano. El arte del siglo XX ha generado el alfabeto con el que soñaban los renacentistas, contemporáneos de Copérnico; un alfabeto universal adaptable a todas las lenguas y que describe el devenir del alma. Un alfabeto capaz de expresar la vida del espíritu como una realidad en sí misma, sirviendo, en palabras de Corbin, como “la exégesis del alma”.

Kandinsky se refirió a ello al escribir en De lo espiritual en el arte: “La verdadera obra de arte nace misteriosamente del artista por vía mística” [De lo espiritual en el arte: https://www.arsgravis.com/?p=43], por eso afirma después que el arte, y sólo el arte, será el fundamento de la nueva realidad del reino del espíritu, o lo que es lo mismo, del reencuentro con el ángel.

Los grabados de Almacelles vistos en su conjunto: Miró, Leger, Ernst, Warhol, Baselitz, Calder, Wou Ki…, describen las cualidades del alma y, en consecuencia y esto es quizá lo más interesante, nos permiten conocer nuestra realidad interior.

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Lista de autores

1- FERNAND LEGER  /  2- ALEXANDER CALDER  /   3- GINO SEVERINI   /  4- ZAO WOU Kl  /  5- JOAN MIRÓ  /  6- FRIENDSREICH HUNDERTWASSER  /  7- VICTOR VASARELY  /  8- MAX ERNST  /  9- LOUIS MARCOUSSIS  /  10- CARLOS CRUZ-DIEZ   /  11- SAM FRANGÍS   /  12- MARÍA ELENA VIEIRA DA SILVA  /  13- PABLO PICASSO  /  14- ANDY WARHOL  /  15- GIORGIO DE CHIRICO  /  16- ANTONI TAPIES  /  17- ANTONI TAPIES  /  18- SALVADOR DALÍ  /  19- MÍQUEL BARCELÓ  /  20- KAREL APPEL  /  21- ROBERTO S. MATTA  /  22- GEORGE BASELITZ  /  23- STANLEY W. HAYTER  /  24- JEAN METZINGER  /  25- ASGER JORN  /  26- YAACOV AGAM  /  27- XAVIER VILATÓ  /  28- RICHARD LINDNER  /  29- VISTA AÉREA DE ALMANCELLES

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Museu d’Arquitectura i Urbanisme «Josep Mas Dordal»MAUpetit