Acerca de los motivos y la finalidad de esta web. Raimon Arola y Lluïsa Vert

 

Lluïsa Vert y Raimon Arola

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El marco: EL ARTE Y SÍMBOLO

“He tenido la oportunidad de impartir una asignatura dedicada al estudio del símbolo durante más de 30 años en la Facultad de Bellas Artes de la Universitat de Barcelona. Todo un privilegio que no puedo sino compartir en esta web, que ahora se presenta con un nuevo formato. Para ello he contado con la colaboración de Lluïsa Vert”. Raimon Arola

Entrada de la Facultad de Bellas Artes de la Universitat de Barcelona

 

Quisiéramos definir el estudio de la simbología en la Universidad partiendo de tres premisas:

  • Nos hemos apartado de cualquier marco confesional y religioso.
  • Nos hemos apartado de posibles abusos sincretistas de ciertos medios esotéricos y espiritistas.
  • Nos hemos apartado, también, de las obsesiones científicas que pretenden explicar una experiencia mediante la erudición.

Los textos, los ritos y, sobre todo, los símbolos transmitidos por las distintas tradiciones espirituales son la base de esta web. Nos hemos apoyado en el  rigor universitario para estudiar los símbolos de las distintas tradiciones espirituales, siguiendo la estela que se abrió en las universidades más avanzadas de Occidente a partir, básicamente, del Círculo Eranos y de ensayistas de la escuela tradicionalista seguidores de René Guénon. Hemos abierto también un apartado dedicado a la figura de Louis Cattiaux, un autor que nos es muy próximo y cuya obra permanece todavía demasiado desconocida.

Nos hemos basado principalmente en la creación artística, de manera que el arte sea leído como una práctica de lo trascendente y el símbolo como una trascendencia que puede reconocerse en las formas. Por eso también hemos presentado a poetas o pintores no enmarcados en ninguna tradición, pero que con su arte han mantenido viva la vida del espíritu. Por eso, los distintos artículos que presentamos recogen formas de muy distinta procedencia. En la web de ArsGravis no nos son ajenas ni las estatuas africanas, ni los ornamentos islámicos, los frescos egipcios o los iconos bizantinos, las caligrafías orientales, las estatuas clásicas o la pintura abstracta. Tampoco las imágenes poco suntuosas, como los grabados de libros alquímicos o mágicos, ni las aportaciones que nos ofrecen las nuevas tecnologías para observar la naturaleza. Cada uno de estos ejemplos – ¿qué duda cabe? – contiene una sabiduría simbólica y artística.

 

El título: ARSGRAVIS, dar cuerpo a lo invisible

ArsGravis o «arte grave», en el sentido de «profundo, noble, importante, trascendente…», pero también y básicamente, un arte «de peso» o más exactamente, un arte que «da peso» a lo sutil e invisible. Emmanuel d’Hooghvorst escribió en relación a este Arte (con mayúscula): «Dar cuerpo y medida a la inmensidad, es el misterio del Arte puro». El artista simbólico es aquel que reúne el cielo con la tierra, que en su obra incluye lo infinito en lo finito, que coagula lo disperso, que fija lo volátil.

Cuando el arte es «grave», el vínculo con los símbolos universales se establece naturalmente, sin esfuerzo, pues entonces la inmensidad de la creación se expresa en lo particular, tal como explica Henry Corbin cuando distingue entre símbolo y alegoría:

«El símbolo no es un signo artificialmente construido; aflora espontáneamente en el alma para anunciar algo que no puede expresarse de otra forma, es la única expresión de lo simbolizado como realidad que se hace a sí misma transparente al alma, pero que trasciende toda expresión».

Este arte grave es el espejo en el que los hombres se contemplan y alcanzan a ver su interioridad, a conocer su misterio, de este modo se hace visible lo invisible. El arte con peso es, en palabras de Louis Cattiaux: «como la iluminación que aparece después del desenmarañamiento del caos interior y que se realiza en la meditación solitaria. Es como el despertar del ser secreto y todopoderoso que dormita en cada uno de nosotros»

 

La propuesta: Reflexiones acerca de la confluencia entre el arte y el símbolo

La posibilidad que disfruta el hombre actual de acceder a distintas culturas, poder compararlas y apreciar sus diferencias y también sus confluencias, es un hecho estrictamente histórico que nos lleva a comprender que existen niveles de realidad al margen de los cambios, es decir, que son a-históricos.

Dos de estos niveles, próximos a lo que los antiguos denominaban «lo sagrado», serán objeto de nuestro estudio: la creación artística y el significado trascendente de los símbolos.

Así como el arte necesita de la trascendencia de los símbolos para unir sus contenidos dispares, los símbolos necesitan del arte para vivificarse en su experiencia. Trascendencia y experiencia, son dos aspectos complementarios de espíritu humano que se han desarrollado de modo paralelo en el devenir de las civilizaciones. El poeta, el pintor, el arquitecto, al crear actualizan los símbolos y les dan una nueva vida. Sin esta praxis desaparece la posibilidad de comprensión y con ella la posibilidad de religarse a lo sagrado. La experiencia estética ha servido y servirá para llevar a la práctica lo que está escrito en los libros sagrados y anunciado en los distintos ritos.

Entendemos como símbolo el reflejo de lo ininteligible en lo inteligible. El símbolo conjuga lo sagrado y lo profano, pues participa de la luz original y la manifiesta bajo la apariencia de las imágenes del mundo. Los símbolos son los puentes, que a través de las tinieblas de la multiplicación, unen a los hombres con su origen mítico. Recordemos que la palabra «símbolo» proviene de un verbo griego que significa «unir», y esta es precisamente su función, la de unir el cielo con la tierra, lo infinito con lo particular, el volátil con el fijo.

Las imágenes simbólicas no son signos de referencia con significados establecidos por las convenciones humanas, sino que son formas con unos contenidos universales, ajenos a las convenciones históricas. En una sociedad como la nuestra, en la que la visión predomina sobre los demás sentidos, estas imágenes quizá tendrían que despertar más entusiasmo.

Las imágenes simbólicas pueden analizarse como representaciones del contexto cultural determinado o como imágenes universales del inconsciente colectivo. Ninguna de ambas consideraciones es falsa, pero faltaría otra, quizá la más importante: el símbolo sólo puede ser comprendido en tanto que se experimenta.

Pero ¿cómo puede un hombre del siglo XXI, experimentar aquello sagrado que está en el origen del simbolismo? Posiblemente no pueda salirse de la historia si no es con la historia, por eso, si bien el contenido no podría ser diferente, pues es universal por definición, las formas deberían renovarse.

En este sentido parece relevante que, en el mundo moderno, la experiencia de lo sagrado se haya refugiado algunas veces en las manifestaciones estéticas y que la genuina praxis de algunos de los grandes genios se haya erigido como un logro de la práctica espiritual. Por poco que nos acerquemos a los presupuestos del romanticismo, del impresionismo, del simbolismo, la abstracción, el surrealismo, o no importa el nombre que quiera dársele, es cierto que en el acto creador y en el consecuente placer estético y dramático se revivifica una experiencia sensible. Experiencia que, con certeza, abre caminos para acceder al contenido sagrado de los símbolos. Cuando una obra ‘obra’, es decir, cumple su función, despierta y conmueve aquello secreto y más interior del hombre.

 

Breve curriculum de Raimon Arola y Lluïsa Vert

Raimon Arola es doctor en Historia del arte por la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha sido profesor titular de 1982 a 2018 en la Universidad de Barcelona donde ha impartido clases de simbología e iconología. Especialista en las formas artísticas dentro de la historia de las religiones, ha publicado entre otras obras: La actualidad del hermetismo. El mensaje de Louis Cattiaux (Herder 2020, con Lluïsa Vert). El símbolo renovado. A propósito de la obra de Louis Cattiaux (2013 Herder) y Cuestiones simbólicas. Las formas básicas (2015 Herder). La cábala y alquimia en la tradición espiritual de Occidente (Olañeta 2002), Alquimia y religión. Los símbolos herméticos del siglo XVII (Siruela 2008), Creer lo increíble o lo antiguo y lo nuevo en la historia de las religiones (Arola 202). Investigador en el grupo Grup de Recerca de la Bibliotheca Mystica et Philosophica Alois M. Haas de la Universitat Pompeu Fabra.

 

Lluïsa Vert, diseñadora de formación, especialista en simbología tradicional. Ha publicado un estudio sobre el simbolismo de las fiestas tradicionales titulado L’anell misteriós. Festes, tradicions i símbols de l’any (Arola, 2011), además de otro sobre literatura alquímica titulado Trece fábulas alquímicas (Olañeta 2008) y con Raimon Arola ha escrito un libro de cuentos titulado Pequeñas alegrías (Olañeta 2006) y : La actualidad del hermetismo. El mensaje de Louis Cattiaux (2020). Ha sido coordinadora de cuatro ediciones de los cursos on-line de Simbología de la Universitat de Barcelona. Colabora habitualmente en la revista La Puerta. Retorno a las fuentes tradicionales, así como en otras revistas especializadas.

 

Colaboradores

Comenzamos la web con Manel Royo, como técnico y colaborador en el diseño, después Eduard Velasco nos ayudó a mejorar y a actualizar este espacio  y en la actualidad  contamos con la preciosa ayuda de  Gemma Molina y Joan Carles López.

 

Uno textos de Louis Cattiaux que definen el propósito intimo de Arsgravis

Louis Cattiaux, autor de un libro de sentencias herméticas titulado El Mensaje Reencontrado y otro sobre la Física y metafísica de la pintura,  fue un pintor nacido en París a principios del siglo XX, una época continuadora del simbolismo francés. El simbolismo sólo se llena de contenido cuando surge la evidencia de que la multitud de símbolos que aparecen en un diccionario, por ejemplo, se refieren a un solo símbolo que los contiene a todos. Este conocimiento no proviene de un estudio sino de un encuentro. Existen muchas formas simbólicas pero un único símbolo. Sin la experiencia de lo sagrado en el sentido de un despertar o una hierofanía, el simbolismo pierde todo su sentido. El gran símbolo es el ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios. Sin embargo, esta relación original se rompió y por ello constantemente se busca la reunión de lo que en un principio fue uno, algo que en el lenguaje alquímico se conoce como la unión del fijo y el volátil, o la reunión del Nombre en la tradición judía.

Fragmento de una pintura de Louis Cattiaux, «El Mercurio», c. 1950.

 

Louis Cattiaux y «La física y metafísica de la pintura»

La libertad del espíritu y del alma es indispensable para realizar la captación y la proyección artística; es el resultado del equilibrio de las facultades y de las funciones del ser por la unión interior. Se puede decir que el artista está liberado, cuando se encuentra libre del miedo a hacerlo mal y de la voluntad de hacerlo bien.

El artista ha de permanecer inmutable en medio de lo movedizo, libre en el mundo, coadjutor del Dios que crea el Universo.

Al ser la sensibilidad su único medio de comunicación con la creación y al no intervenir el intelecto más que en segundo lugar como ordenador de la inspiración, necesariamente, ha de protegerse dicha sensibilidad generadora por el ejercicio de una ascesis. Ya que la aptitud natural para «sentir», puede fácilmente transformarse en sufrimiento, en susceptibilidad, en irritación perpetua e incluso convertirse en orgullo delirante.

Por eso insistimos en la utilidad de la práctica de una ascesis del desapego y del olvido de sí mismo, que se obtiene por la comunicación con los maestros espirituales y por la meditación cotidiana.

«El genio puede hundirse en la locura, la santidad jamás» (Libro Desconocido).

La santidad posee en efecto esa guarda extraordinaria que se llama humildad y que es la libertad conquistada en medio de las trampas de la apariencia mundana. El santo no se toma en serio, no se enorgullece de lo que no le pertenece, nada le pertenece aquí abajo excepto la paciencia de la criatura y la alabanza del creador.

El artista verdadero es aquel que ha arrojado de la boca el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, es el que hace bien lo que tiene que hacer y no se preocupa del efecto que produce en los demás; aunque hubiera de morir por su no conformidad con la visión circundante.

El artista explora la vida, se pierde en ella y se reencuentra en ella.

En la verdadera obra de arte, como en la creación, no existe el aburrimiento, es la señal de su común origen divino.

Pues el artista, deseoso de adquirir el estado de libertad indispensable para el logro de la creación artística, ha de atenerse a una disciplina mental de la misma manera que tiene que practicar una disciplina artesanal, a fin de alcanzar la maestría en la expresión física de su arte.

Tendrá que luchar a cada instante para conservar el abandono, la facilidad de improvisación, la fantasía, la audacia y la alegría que animan la obra de arte.

Deberá mantener presente en su espíritu la única finalidad interior, libre de toda preocupación concerniente al juicio del público.

Deberá esforzarse en trabajar en ese estado de doble visión que es condición de la verdadera inspiración, la verdadera poesía del alma, estado segundo que engendra la extrema lucidez, libera la  volición propia y manifiesta la euforia indispensable para toda creación artística.

Tendrá que sustituir la voluntad, la tensión y la aplicación, por los dones de la gracia, de la intuición y de la sensibilidad, es decir que durante su trabajo deberá intentar mantener el mayor desapego posible frente al tema de su obra y frente a la opinión ajena.

Su visión interior tendrá siempre primacía sobre la objetividad exterior, a fin de que la sugestión se refuerce al máximo.

La inspiración no se ha de cargar con ninguna regla, con ninguna repetición, con ningún esfuerzo, con ninguna molestia, con ninguna prudencia, con ninguna economía, con ninguna moral ni con ninguna razón, ya que el arte viene a ser como la boda entre la paciencia y la fantasía, la imprudencia y el gusto, la improvisación y el orden, lo invisible y lo cotidiano, el espíritu y el peso del color.

Es la mayor audacia unida a la mayor maestría, la perfecta desenvoltura que raya la locura, pero que nunca se hunde en ella.

El arte que desenreda el caos de la sensibilidad es ante todo, «Espagiria», ya que separa y reúne. No posee ninguna razón, es decir, ni porqué ni cómo, y, sobre todo, se opone irremediablemente a la sensatez y al sentido común.

El artista ofrece todo lo que tiene, a fin de no ser poseído por nada; renueva la creación por propio placer; su locura se parece a la sabiduría divina.

Crea en el olvido de sí mismo, cuando alcanza el manantial luminoso del Ser donde todo se hace y deshace perpetuamente.

Por medio de la oración, permanece en contacto con los maestros espirituales a los que ama, pues sabe que la inspiración viene de Dios por su ministerio; secreto este que muy pocos conocen. Pues pocos hombres saben pedir, como también son pocos los hombres que saben dar o recibir con amor.

Bendigamos pues en nuestro corazón a quienes nos ayudan a ser más libres, es el único agradecimiento que aceptan y devuelven a la fuente divina, única inspiradora y única donadora perfecta.

«Primero hemos de romper nuestra prisión desde dentro, y la liberación vendrá al mismo tiempo desde fuera» (El Mensaje Reencontrado)

«Libertad o muerte» para el artista más que para ningún otro hombre; esta fórmula es peligrosamente cierta a lo largo de todos los días de su vida, y mejor aún, lo que debería decorar con letras capitales los muros de su taller es la inscripción: «gratuidad o muerte», ya que el arte es libertad, amor, gratuidad, magia y vida.

 

Fragmento de un grabado de Michael Maier, «Mercurio ayuda a Mercurio» de la Atalanta Fugens, 1617.

 

 

Explicación sobre Arsgravis (video)