Texto de Fabre du Bosquet sobre la transmisión del hermetismo a través de las distintas edades extraído de su libro ‘Concordance Mytho-Physico-Cabalo-Hermétique’ de 1769. (Hemos actualizado algunos nombres).

0blanc.petit1

Presentación

El texto que viene a continuación procede de unas largas notas de la Concordance Mytho-Physico-Cabalo-Hermétique , La primera de ellas apoya el siguiente fragmento que pertenece al prólogo: «Todas las ficciones relatadas por Píndaro, Orfeo, Homero, los egipcios, los griegos y los celtas, no son más que alegorías sacadas de la materia, de las manipula­ciones y los efectos que producía el Arte Sacerdotal». En la segun­da, el autor reconoce que sus expe­rimentos coinciden con lo expuesto en la Tabla de Esmeralda de Hermes Trismegisto.

 

Texto de Fabre du Bosquet

Primera nota: Al principio, la ciencia de la Naturaleza se conoció con el nombre de ciencia patriarcal y se la llamó luego ciencia o arte profética; los sacerdotes egipcios la designaron con el nombre de ciencia o arte sacerdotal; desde la dispersión de los sacerdotes egipcios y la destrucción de los templos se la ha llamado siempre ciencia o arte hermético. (p. 15)

Los sacerdotes egipcios designaron a la ciencia de la naturaleza con el nombre de ciencia o arte sacerdotal

Segunda nota: La casa de Canaan vio surgir de su seno un hombre de una sabiduría consumada, llamado Adres o Hermes; fue el primero que instituyó escuelas, inventó las letras, las ciencias y las artes, y, entre las ciencias había una que no comunicó más que a sus sacerdotes, con la condición de que la guardaran para sí como un secreto inviolable. Les obligó bajo juramento a no divulgarla más que a quienes hubieran encontrado dignos de sucederles, después de someterlos a largas pruebas. Los reyes les prohi­bieron revelarla bajo pena de muerte. Alkandi y Gelaldinus mencionan al segundo Adris o Hermes, el apodado por excelencia Trismegisto y ambos au­tores se expresan así: “En los tiempos de Abraham vivía en Egipto Hermes o Adris segundo, que la paz esté con él; se le llamó Trismegisto porque era a la vez profeta, filósofo y rey; enseñó el arte de los metales, la alqui­mia, la ciencia de los números, la magia natural, la ciencia de los espíritus y fue la ciencia de la Naturaleza la que le llevó a todas las demás ciencias”.

Pitágoras, Empédocles, Arquelao el sacerdote, Só­crates, Platón, Aristóteles, Hipócrates, Demócrito etc., sacaron su ciencia de los escritos de Hermes, que les comunicaron los sacerdotes egipcios.

Eusebia declara expresamente, que, según Manetón, Hermes fue quien instituyó los jeroglíficos, los redujo a categorías y los reveló a los sacerdotes; Manetón, gran sacerdote, los explicó en secreto a Ptolomeo Filadelfo quien, aunque era muy comunicativo, sin embargo, jamás los reveló. Zósimo Panopolita, Ensebio, Sinesio aseguran que esta ciencia fue cultivada durante largo tiempo en Menfis. (…)

Los jeroglíficos eran considerados sagrados y se guardaban ocultos en los lugares más secretos de los Templos; sólo por la explicación de los jeroglíficos uno era iniciado en los conocimientos secretos de la Natura­leza y sólo se daban estas explicaciones en lo que se denominaba el Santuario y a los que se encontraba dignos de ellas por la amplitud de su talento y por su sabiduría. (…)

Moisés, iniciado en los misterios del sacerdocio egipcio, fue, en su tiempo, quien más  profundizó en las ciencias sublimes que habían redactado los dos Hermes. Penetró el sentido de los jeroglíficos y utilizó los mismos medios, a los que añadió las parábolas, para conservar y transmitir a la posteridad todas las ciencias que había adquirido. Filón, el judío, De vita Mosis (libr. I), relata que Moi­sés aprendió la filosofía simbólica o ciencia de la Naturaleza en Egipto.

Moisés, iniciado en los misterios del sacerdocio egipcio, fue quien más  profundizó en las ciencias sublimes que habían redactado los dos Hermes.

San Clemente de Alejandría relata lo mismo respecto a Moi­sés y añade que los sacerdotes egipcios no enseñaban esta ciencia más que a los hijos de los reyes o a sus propios hijos.

Ramban, autor hebreo, asegura In Exordio Genesis que todo lo que contiene la ley de los judíos y de los hebreos está escrito en sentido alegórico y de un modo parabólico para ocultar al pueblo los secretos de la ciencia sublime de la Naturaleza.

Salomón consideraba los jeroglíficos, los proverbios, los enigmas y las parábolas como objetos dignos del estudio de un sabio. “El sabio se consagrará al estudio de los jeroglíficos y de las parábo­las, se esforzará en interpretar las ficciones y los enigmas de los antiguos, penetrará el sentido de las parábolas y discutirá los proverbios para descubrir la ciencia que se halla oculta en ellos”. (Pr, I)

Salomón prohibió a los sacerdotes ex­plicar el sentido de los jeroglíficos, de las parábolas, etc., si no era en los templos y a sus discípulos. Cada templo tenía una especie de colegio donde los jóvenes que habían demostrado buenas cos­tumbres ingresaban para ser instruidos en los principios del arte sacerdotal. Eran los llamados Levitas.

Salomón prohibió a los sacerdotes ex­plicar el sentido de los jeroglíficos o de las parábolas si no era en los templos y a sus discípulos

Hiram fue el gran sacerdote instituido por Salomón; antes de alcanzar el sacerdocio, es decir, el grado de maestro, había que pasar por dos grados, el de aprendiz y el de compañero. Los lugares donde los aprendices y los compañeros se reunían para ser instruidos no eran los mismos; en los templos se distinguían por dos columnas; en cada una de ellas se hallaba un asiento elevado para los sacerdotes bajo cuyo mandato se encontraban. (  …)

Pero, como en todos los tiempos, así como en todas las naciones, el número de hombres que ambicionan gloria y fortuna, sin desear los trabajos que conducen a una y otra, ha sido infinitamente mayor que el de los hombres estudiosos, sucedió que el gran sacerdote Hiram fue asesinado por los discípulos a quienes había negado con firmeza el grado de maestro. Los asesinos fueron castigados y los menos culpables fueron echados del Templo. Estos últimos, al no haber podido alcanzar el conocimiento de Dios por los conocimiento sublimes de la ciencia de la Naturaleza (llamada por los sabios: magia natural, de la que el pueblo poco instruido pronuncia el nombre con espanto, cujius sapientia est stultitia coram Deo) se entregaron al estudio de la nigromancia, llamada magia negra, que les facilitaron los magos y los falsos profetas.

Cuando Cambises, rey de Persia, arrasó Egipto, los sacerdotes se dispersaron; llevaron a Grecia el Arte sacerdotal encubierto bajo las ficciones de la Teología egipcia, a la que adaptaron todos los dioses del Paganismo. Transfor­maron a Isis y Osiris en Juno y Júpiter, en Venus y Marte, etc… En las Galias, con el nombre de druidas, edificaron templos, instituyeron escuelas como en Egipto y, para el pueblo, concibieron un culto emparentado con las divinidades egipcias y griegas bajo cuyo velo enseña­ban el arte misterioso a sus discípulos. Erigieron un templo a Isis en un pueblo llamado por corrupción Issi, situado a dos leguas de París. En efecto, era el lugar más apropiado para comenzar los trabajos que exigía la Filosofía hermética; habían alzado otro a Marte en la colina de Montmartre que tomó la etimología de su nombre Monte de Marte. Gracias a la elevación de su terreno lo destinaron a atraer el rocío celeste por medio del imán filosófico, preparado en el templo de Isis. (…)

Cuando el rey de Persia arrasó Egipto, los sacerdotes se dispersaron y llevaron a Grecia el Arte sacerdotal encubierto bajo las ficciones de la Teología egipcia, a la que adaptaron todos los dioses del Paganismo

Ramon Llull, célebre filósofo her­mético formó una escuela, según el modelo de las de los templos egipcios y las de los druidas, en la que enseñaba los grandes principios de la ciencia de la Naturaleza, a cuyos precep­tos añadió el conocimiento gradual de la materia y las manipulaciones que exigía cada gradación. Los últimos grados a los que llegaba la materia sólo eran enseñados en los lugares más secretos de su escuela y, únicamente, a los discípulos que, después de distinguirse por su aplicación y celo, se les juzgaba dignos de ser elevados al venerable grado de maestro. Después del ascenso a este grado eminente se les instruía ampliamente acerca del po­der al que las adaptaciones propias de la piedra filosofal podían elevarles.

Estas escuelas fueron el origen de las sociedades co­nocidas bajo el nombre de francmasonería; estas socieda­des deben su fundación a los aprendices y compañeros desaplicados que no pudieron alcanzar el grado de maestro y que, sin embargo, enorgullecidos por la cele­bridad de las escuelas de las que habían sido discípulos, intentaron formar nuevas escuelas, con el nombre de logias, en las que enseñaron bajo la sombra del misterio lo poco que su falta de atención les había permitido retener de las lecciones de su maestro; es decir, sólo pudieron enseñar las palabras, la corteza y la superficie de la ciencia sublime cuyo conocimiento no habían logrado alcanzar.

Estas escuelas fueron el origen de las sociedades co­nocidas bajo el nombre de francmasonería

En la medida que estas logias se alejaron de su origen, se alejaron también del verdadero sentido que los primeros fundadores pudieron dar a ciertas palabras de las que no se tiene hoy ni la más ligera idea. Estas palabras, que ya no significan nada, se han conver­tido en sus secretos y lo que había sido instituido por los sacerdotes egipcios únicamente para formar a profetas y sa­bios y por Ramon Llull para formar a filósofos her­méticos, tal como en esta escuela lo fueron Ripley y Cristóbal obispo de París, se ha convertido hoy en un lugar de reunión donde sólo se ocupan de falsedades, de tonterías y, sobre todo, de banquetes suntuosos, en los que se pronuncian sin cesar palabras a las que no atribu­yen otro sentido que el de pan, vino y agua. Los golpes medidos que se dan no tienen otra significación que la que tiene el golpe del tambor que llama al orden o el cuidado que debe de tenerse con el mandato, etc. (pp. 34 y sigs.)