Reflexión de E. d’Hooghvorst en la que replantea qué es y que no es el sistema de conocimiento llamado Cábala, y también cómo se comunica. Es un fragmento del libro de este autor titulado «El Hilo de Penélope I» (Tarragona. 2000).

Hablar de la cábala es difícil. Es un tema que parece misterioso, caótico, secreto. Por lo general, se cree que es el privilegio de algunos viejos judíos que han conservado celosamente secretos reservados sólo para ellos.

Intentemos ver, para empezar, lo que no es la cábala.En primer lugar, conviene desterrar una opi­nión errónea, si bien admitida casi universal­mente, según la cual se trataría de una doctrina particular que se habría desarrollado principal­mente durante la Edad Media; una doctrina de naturaleza mística que avanzaba paralelamente con la tradición bíblica.

La cábala no es una doctrina, no puede ense­ñarse.

La cábala no es una doctrina, no puede ense­ñarse, no se ha desarrollado en un momento pre­ciso de la historia, ni ha nacido de la destrucción del segundo templo (de Jerusalén), no proporciona recetas de magia, ni sirve para hacer talismanes. No, en realidad se trata de algo muy dis­tinto.

¿Qué es la cábala?

Acabamos de decirlo, la cábala no puede enseñarse sino que se comunica. Aquél que quisiera transmitirla bajo la forma de cursillos o clases, demostrará su ignorancia. La cábala es universal. No hay úni­camente una cábala judía; todas las tradiciones implican una cábala. Así es como existe una cábala pitagórica, una cábala griega, una cábala latina, una cábala cristiana poseída por algunos cristianos.

La cábala se diferencia según las tradiciones religiosas de aquellos que la poseen. Por ello, debemos hablar de la cábala judía cuando nos referimos a los judíos.La palabra cábala procede de una forma intensiva del verbo quibel que significa ‘recibir’. Es exactamente el sentido de la palabra ‘tradi­ción’, del latín tradere, ‘transmitir de mano a mano’. La cábala es la transmisión de algo. Los cabalistas judaicos son aquellos que han reci­bido la cábala. A partir de este momento, forman parte de la asamblea cabalista y se denominan mequbalim.

La cábala es la transmisión de algo. Los cabalistas judaicos son aquellos que han reci­bido la cábala.

Para definir lo que han recibido, los doctores de la cábala citan con frecuencia un fragmento de la Michnah, es decir, de la enseñanza de los rabinos en la época del segundo templo, que es la parte más antigua del Talmud. Dicho texto (1) dice lo siguiente:«Moisés recibió la Torá del Sinaí. Luego la transmitió a Josué, y Josué a los Ancianos; los Ancianos a los Profetas, y los Profetas la transmitieron a los hombres de la Gran Asamblea». (2)

¿Qué recibió Moisés?

Moisés recibió simplemente la Torá, es decir, la ley. Así, la cábala es recibir la ley.

Observemos que en el texto citado no se habla del pueblo. Moisés transmite la Torá a Josué; los Ancianos la reciben luego, después los Profetas y, por último, el Sanedrín. Así, el don de la Torá nunca ha sido otra cosa que la herencia de un pequeño número y no la de todo un pueblo.Lo que el pueblo recibió, lo que comprendió, no era más que el aspecto exterior: unos libros, una historia, un culto.

¿Quién le dio la Torah?

¿Dios? No. Sino el Sinaí. Efectivamente, el texto no dice que Moi­sés recibió la Torá sobre o en el Sinaí, sino que la recibió del Sinaí. ¿Cuál es, entonces, esta montaña que ha dado ese don? Encontramos dos etimologías posibles de la palabra Sinaí: ‘zarza de espinas’ y ‘barro’. Así, Moisés habría recibido la Torá de un barro. (3)Torá procede de la palabra hebrea iaro, que significa ‘regar’. De ahí procede otro significado: ‘enseñanza’.

Moi­sés no recibió la Torá sobre o en el Sinaí, sino que la recibió del Sinaí.

De lo dicho anteriormente debemos concluir que, en el judaísmo, los únicos poseedores de la ley son los cabalistas. Sin embargo, el texto de la Michnah sobre el que nos apoyamos es muy anterior a la época en que los historiadores creen que habría empezado la cábala. Ello prueba, de forma indiscutible, que su autor consideraba que existía una ciencia reservada, a la que el pueblo no tenía acceso, y que era la ley. El pueblo no recibía más que las imágenes exteriores.

¿Cuál es la operación de los cabalistas?

Esta pregunta y su respuesta se aplican a todas las cábalas. La lengua hebraica es muy distinta de nuestras lenguas. Está constituida exclusivamente por consonantes y no posee vocales. Es exactamente la letra muerta, un cadáver, una piedra dura y seca, una cosa inmóvil de la que no se puede sacar ningún sonido.

Así como con la flauta es imposible obtener ningún sonido si no es soplando, asimismo los textos hebraicos no tienen un sentido si no son vocalizados. De acuerdo con esta idea san Pablo dice: «La letra está muerta. El espíritu vivifica», (4) y Jesucristo: «¿A qué se parece esta generación? […] Hemos tocado la flauta y no habéis bailado». (5) Según cómo se vocaliza, se obtienen palabras distintas aunque la letra no cambie. Entonces, ¿cómo saber el método o la forma de leer? Esto es precisamente la cábala: el don de la Torá, que consiste en revivificar un texto muerto. Lo mismo ocurre con cualquier versículo de un libro revelado: intuimos que posee un contenido pero no lo entendemos porque está muerto y hay que revivificarlo.

Para saber leer la Torah, hay que poseer el don de la cábala o del espíritu

Por lo que se refiere a la tradición hebraica, poseemos un texto vocalizado que es la Masorah. Se trata de una vocalización de la Biblia, pero no es más que una de las posibles lecturas. Efectivamente, los cabalistas podrían sacar varios sentidos distintos del mismo texto y todos serían correctos porque respetan la letra.

¿Cómo proceden los cabalistas?

Un manuscrito alquímico dice que aquél cuyas manos han tocado esta valiosa materia, comprende inmediatamente el sentido de todas las Escrituras. Es un sentido, al que alude uno de los Versos de Oro: «Establece como conductor el sentido excelente que viene de arriba». (6)

Y este sentido es un don, el don de la Torá. Vemos pues cuán incompleto es leer una traducción de textos reli­giosos realizada por gramáticos, incluso si esta traducción es perfecta desde el punto de vista gramatical. Ahora comprendemos mejor por qué los judíos se niegan a enseñar la Biblia a quienes no saben hebreo. Lo mismo ocurre con los musulmanes y el Corán.

La cábala es el don del sentido de las Escrituras

A modo de resumen diremos que la cábala es el don del sentido de las Escrituras; por eso se comunica, pero no puede enseñarse.

¿Cuál es el objeto de la cábala?

Es la reunificación del nombre de Dios. Según la tradición hebraica, en el momento de la transgresión de Adán y Eva, es decir, de la caída, el nombre de Dios fue partido en dos. El problema consiste en reunificarlo.

Según la cábala, todas las palabras de la Biblia, los carros del Santo-bendito-sea, no son más que nombres de Dios. El conocimiento de estos nombres de Dios reintegra al cabalista al paraíso perdido.Observemos que, en hebreo, la palabra paraíso, PaRDeS, está compuesta por las iniciales de las cuatro palabras que se refieren a los cuatro sentidos de la Escritura que constituyen el paraíso:Pchat: el sentido sencillo; Remez: la alusión (signo); Derach: la explicación;Sod: el secreto,

El objeto de la cábala es la reunificación del nombre de Dios

No se trata de cuatro sentidos distintos, puesto que todos se vinculan al secreto, son como peldaños que conducen a él. Incluso el primer sentido, el sentido sencillo, ya transmite el secreto. Hallar el paraíso es leer la Escritura como debe ser leída. Aquél que lo consigue, se reintegra al paraíso. Entrar en él es poseer los nombres de Dios, es haber revivificado el texto sagrado y haberlo penetrado. He aquí el paraíso. No hay otro.

Para los discípulos de Hermes, el paraíso es el saber de Hermes, es Hermes sabido.

(Traducción J. Lohest-Hooghvorst)

002

_________

Notas

  • (1) La MichnahPirqe Abot (‘Tratado de los padres’): I, 1, Editora Nacional, Madrid, 1981, p. 789.
  • (2) Es decir, al Sanedrín.
  • (3) Véase El Mensaje Reencontrado XV, 68-68’.
  • (4) II Corintios III, 6.
  • (5) Mateo XI, 16-17 y Lucas VII, 31-32.
  • (6) Los Versos de Oro, LXIX. Fueron escritos por Lysis, discípulo de Pitágoras.