Reproducción de doce miniaturas persas que representan los doce signos del Zodiaco. Sus originales pertenecen a un tratado de astrología del siglo IX titulado «Kitâb al-Mawalid», de Abû Ma’shar.

Las imágenes que presentamos proceden de un manuscrito egipcio de entre los siglos XIV o XV y reproducen un tratado de astrología persa del siglo IX, llamado el Kitâb al-Mawalid, de Abû Ma’shar. Es uno de los documentos más influyentes en el desarrollo de la astrología occidental. Si bien el manuscrito al que pertenecen estas ilustraciones procede del Cairo, los dibujos parecen ser obra de un artista persa. Todo el conjunto ocupa treinta y seis páginas que reproducen a Iblis y a otros demonios y representaciones de los signos zodiacales,  en general, tres para cada decanato de cada uno de los signos.

El tratado de astrología persa del siglo IX, llamado el Kitâb al-Mawalid, de Abû Ma’shar, es uno de los documentos más influyentes en el desarrollo de la astrología occidental.

Su autor, Abû Ma’shar, cuyo nombre completo era Ja’far ibn Muhammad Abu Ma’shar al-Balkhi, (787-886), fue uno de los más importantes astrólogos de la época. Se le atribuyen unos 50 libros. Los mas famosos son «Las grandes conjunciones», «El libro de los miles», basado en la entrada anual del sol en Aries. «El libro de los milenios» referido a los ciclos de Júpiter y Saturno, el «Kitab al Qiranat», también sobre las conjunciones de Júpiter y Saturno, etc. La copia más antigua de este tratado llamado la “Doctrina de las treinta estrellas fijas” es un original griego que reproduce la obra perdida de un anónimo astrólogo egipcio de finales del siglo III. En el s. VIII se traduce al árabe este texto a partir de una versión persa, atribuida a Zoroastro, Esta traducción se debe al erudito Masha’allah. Por fin lo encontramos en el s. IX, en el Kitâb al-Mawalid o “Libro sobre los juicios de los nacimientos” de Abû Ma’shar. Posteriormente el texto de Masha’allah sobre las estrella fijas fue traducido al latín por Hugo de Santalla en 1141-1151 bajo el título “Liber Aristotilis”.

Antes de contemplar estas miniaturas extraordinarias, nos gustaría recordar las palabras que Emmanuel d’Hooghvorst pronunció en una conferencia sobre esta ciencia tradiciónal de origen desconocido:

La astrología se encuentra entre las ciencias tradicionales, que no deben nada a la invención humana; nos costaría mucho encontrar a su inventor. Todos los pueblos que han practicado este arte de la adivinación siempre se han remitido a sus predecesores; así, griegos y romanos decían que dicho arte les venía de los egipcios y caldeos… Consideremos pues la astrología como lo que es en realidad: una ciencia de la Naturaleza. La astrología es la ciencia de la naturaleza humana, y la Naturaleza sólo puede existir por la unión del Cielo y de la Tierra; donde el Cielo y la Tierra no se unen o no son unidos, no hay Naturaleza. Entonces, podríamos preguntarnos: ¿existe un Arte, un Arte del Cielo que se transmita y que nos permita, como han afirmado los antiguos, impulsar, llevar la naturaleza humana a un estado de perfección más allá del cual no haya progreso posible? Es lo que los antiguos nos han enseñado cuando hablan de la palingenesia, ‘la nueva generación’, un re-nacimiento. También nos han hablando también de la divinización del hombre, de convertir al hombre en un dios.

Consideremos pues la astrología como lo que es: una ciencia de la Naturaleza. La astrología es la ciencia de la naturaleza humana, y sólo puede existir por la unión del Cielo y de la Tierra

A partir de este planteamiento quizá podamos ver en la Astrología otro sentido que el meramente adivinatorio o incuso el psicológico, ambos aspectos tienen su lugar y su cabida en la Astrología pero no son su función principal. Como explicaba d’Hooghvorst, el hombre recibe un destino astrológico al nacer pero su objetivo debería ser precisamente escapar de este destino para recobrar las alas que pueden devolverle a su patria original:

En el libro X de la República, Platón une armoniosamente los problemas del destino, los de la libertad de escoger y de la suerte. Es el mito de Er el Pánfilo. Las almas que han de reencarnarse pueden echar suertes, por turno; son introducidas en una playa donde se encuentran diferentes estatuas, que representan cada una a un hombre. Entonces escogen, según su sabiduría o su locura. A partir del momento en que han escogido, se les hace beber el agua del río Ameles, ‘sin preocupación’, y se encarnan. Han perdido el recuerdo y su destino está desde entonces fijado.

¿Pero es posible al hombre escapar de su destino? Platón aporta una respuesta a esta pregunta, aunque extremadamente discreta. En el Fedro explica que, antes de reencarnarse, las almas han podido, más o menos, según su calidad, según su fuerza, contemplar la pradera de las ideas. Cuando se encarnan han perdido el recuerdo de ellas, pero guardan como una nostalgia de las mismas. Y según el destino que les ha sido asignado, esta nostalgia puede inclinarles más o menos al estudio de la filosofía y a las santas iniciaciones.

“Por el estudio de la filosofía -dice Platón- el hombre puede volver a recordar realidades que antiguamente había contemplado o entrevisto”. Un verdadero saber sería pues volver a recordar lo que ya se sabía y se ha olvidado, lo cual tendría el efecto de devolver a su espíritu las alas que le permitirían escapar del desesperante dédalo de este mundo y adquirir el entusiasmo. La palabra viene del griego enthousiasmos, que significa ‘tener en sí mismo el soplo de un dios’. Ser entusiasta, adquirir el entusiasmo es estar poseído por un dios. La cosa es curiosa, puesto que desde que el hombre nace e inspira por primera vez, tiene en sí mismo un soplo. El entusiasmo es, pues, un segundo soplo, lo que sería un nuevo nacimiento. Tener consigo el soplo de un dios es nacer una segunda vez y, si puede decirse así, tener por pastor un nuevo horóscopo. Y entonces, sigue Platón: “como se separa de aquello que es el objeto de las preocupaciones de los hombres y se aplica a lo que es divino, el vulgo le demuestra que tiene el espíritu alterado; sin embargo, está poseído por un dios y el vulgo no lo sabe.”

¿Pero es posible al hombre escapar de su destino? Platón aporta una respuesta a esta pregunta: por el estudio de la filosofía el hombre puede volver a recordar realidades que antiguamente había contemplado o entrevisto

Pero, podríamos preguntarnos aquí de qué filosofía se trata y, sobre todo, qué tiene que ver con la astrología, el conferenciante lo aclara seguidamente:

Es sabido que los astros del cielo tienen sus correspondencias bajo la tierra y que los metales tienen también nombres de dioses: Saturno representa el plomo, Júpiter el estaño, etc. Ocurre que en la tierra se encuentra un cuerpo metálico, que es el único en el mundo que escapa a toda destrucción y a toda corrupción: el oro. De ahí la alquimia y el misterio de quienes han buscado, digamos, cómo hacer oro. Aunque de hecho, nunca han perseguido hacer oro, sino regenerarlo, lo cual es otra cosa muy diferente.

Así y para terminar, la astrología se presenta como una ciencia de la naturaleza humana, pues todas las ciencias tradicionales se refieren al ser humano,  y se sitúa en una relación respecto a las otras ciencias tradicionales, como la alquimia, que permiten mejorar esta naturaleza y llevarla a un estado de perfección, más allá del cual no hay progreso posible.